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martes, 12 de diciembre de 2006

Realidad

Hace un rato pensaba si yo no estaré volviéndome una alcohólica de noche solitarias, de fines de semana en casa. Pero lo que acabé dilucidando es que, tantos vasos de vino que desfilan por mi garganta sólo lo hacen porque es diciembre. Brindo porque este año, este diciembre, saldé algunas de las tantas deudas que tenía conmigo misma. Luego saboreo con toda mi boca los sueños a los que me puedo atrever porque sencillamente (o no tanto) pareciera que creo en verdad que todo es posible, esta vez son palabras que nutren por dentro y no escupo para afuera. Cuando el líquido se desliza por mi esófago, empiezo a desear que lo haga en la forma más lenta posible, como para prolongar la despedida a esa vorágine amarga de momentos que no volverán, porque así debe ser. Y, entonces, al llegar al estómago, el vino me revela todo eso que me rodea que es tan real, que me hace así como soy: los hermanos reales que comparten y se bancan todas, los hermanos que no, la madre que siempre ha sido un adulto responsable por demás, las manos realmente temblorosas de los enfermos, las manos heladas de los que tenemos que despedir, lo real de no entender nada, y saberlo. A esta altura, me prendo un pucho y el humo, entonces, me susurra tantas otras cosas que también me acompañan ahora y mejor me guardo, porque mi gata, una de esas luces que me guiaron hasta acá en donde todo canción y guiños de ojos, quiere dormir una siesta y yo quiero velar su descanso, a ver si logro espiar alguno de sus sueños. Me contaron que una de las fuentes de una felicidad sencilla está en contagiarse de los sueños de un gato feliz a la vera de una brisa de verano. Muchas veces la contemplé sin entender nada, y saberlo. Hoy quiero comprobarlo.

Mi nombre ya es real.

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