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martes, 5 de diciembre de 2006

Mate cocido

Lo bueno, si breve... en mi caso sería imposible, dadas las cansadas condiciones en las que me encuentro... y eso que recién es martes y esto sigue ¡¡¡a todo ritmo y color!!!

Y hablando de colores, o mejor dicho de la ausencia del color, tanta historia para comprar un vestido negro, que, oh casualidad o ay mirá como seré de cabeza dura, creo haber soñado despierta hace unos días y haberlo descrito en una suerte de golpe de inspiración de los últimos días o último golpe de inspiración en día de suerte, que algún día quizá sea plasmado en este bati-canal (aunque difícilmente a la misma bati-hora (es que se me empacó el reloj)).

Más allá de considerarme afortunada por haber sobrevivido a las huestes de fans de ricky martin (¡justo hoy tenía que salir del trabajo y encarar por avenida santa fe! ¡qué marmota desprevenida seré yo!), hoy me considero afortunada por descubrir que aún tengo la generosidad intacta.

Cuando encaré para el kiosco, un nene de no más de 7 años me pidió si no le compraba un té, sí, una caja de té para tomar en su casa, y quién soy yo para negarle un té a nadie. Le hice un gesto de que estaba todo bien y, pudiendo elegir cualquier cosa a esa altura, simplemente agarró una caja de veinticinco saquitos de mate cocido y la puso sobre el mostrador. La verdad, si ya me había enternecido, con eso me desarmó completamente. Como yo iba a comprar un jugo, le pregunté si no quería uno él también y ahí, entre el baggio que tenía yo en la mano y el cepita que tenía un dibujo de Cars, eligió el cepita. Bueno, no dejaba de ser un chico. Le dije al tipo de la caja que cobrara todo junto y él le pregunto al nene si le había agradecido a la señora (que vengo a ser yo), aunque, la verdad, a esa altura no me interesaba que me agradeciera (y de paso así no me hacía cargo de lo de señora, ¡qué horror!), porque yo no sentía que estaba haciendo un favor, estaba cumpliendo con una obligación, porque quién soy yo para negarle un té a nadie.

Además, si lo veo desde el costo (como muchos de los que se quejan de adónde van a parar sus impuestos y no hacen nada), bien barato me salió poder dormir hoy con la conciencia tranquila. Y si encima agrego que, mi vestido podrá ser negro a la vista de todos -la vida me podrá parecer negra en ocasiones-, pero de ahora en más, para mí, siempre será color mate cocido, no puedo menos que decir que todo esto fue una ganga, un regalo.

Mi nombre ya es multicolor.

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