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martes, 23 de septiembre de 2008

Equinoccio

A veces me convenzo de que la primavera lo único que me hace germinar es el sueño. Más que sueño, son las ganas de dormir para sobrellevar el hartazgo. Incluso pensar me da fiaca. Porque es mucho mucho lo que pasó en el año, bastante todavía lo que falta por enfrentar y el balance es imposible. Ceteris paribus: estoy casi en el mismo punto en el que estaba la primavera pasada, sólo que esta vez ya no conozco las flores, ni siquiera las de papel que tanto me emocionan.

Así que la queja se me hace grito, la envidia se me hace indiferencia y la claridad mental me saluda desde el último vagón de un tren que ya se puso en marcha. ¿Atinará a bajarse? ¿Podré correr hasta alcanzarlo?

Sospecho que tendría que comprar determinación en pastillas y alquilar una foto antigua que me recuerde que la primavera es linda, porque este lado del mundo se pone rozagante, las tardes huelen bien y el sol espera hasta que salga del trabajo para darme un beso.

Y, a ustedes, ¿cómo los trata la primavera?

Mi nombre ya es alérgico a la gente que florece alegre.

martes, 16 de septiembre de 2008

Carta abierta a quienes poemas lastiman

Estimados todos; en particular, estimada doctora Barraza:

Me gustaría consultar por un caso ocurrídome hace varios años ya, sobre el que la aclaración de la doctora Barraza de que “en la última reforma que le hicieron al artículo 166 del Código Penal, se amplió el concepto de arma. Con la redacción actual, para hacerla corta, arma puede ser un poema arrojado de tal modo que pueda herir y/o matar al destinatario. La tipificación puede ser variada según las consecuencias del evento dañoso: desde lesiones leves, pasando por graves y gravísimas, hasta homicidio tentado u homicidio doloso propiamente dicho” arroja nueva luz.

Corría el año 2004 y el estado de ánimo de la aquí presente, o sea yo misma, no era muy bueno, es decir, estaba algo marchito y fácilmente influenciable. Por ese tiempo, quien se expresa, o sea yo misma, tuvo un encuentro con el señor Oliverio Girondo, a través de la primera obra de éste: 20 poemas para ser leídos en el tranvía, la que le asestó una herida de consideración a la declarante. Luego, el anteriormente nombrado volvió al encuentro de la señorita M.N.Y.E.C., esta vez, enfundado en su Espantapájaros y asestole una herida fatal, dejándola en una agonía que fulminó con su obra última En la masmédula.

Es así que morí de una de las formas más exquisitas, si me lo permite la audiencia lectora, que puede existir. Cuando acabé de leer “Cansancio”, el último poema de Girondo, supe que mi vida se iba en esas líneas para que su obra no muriera nunca, y no hice nada para evitarlo; fue un acto consentido.

Luego, mi cuerpo tomó una nueva vida mental (porque fueron mi cerebro y mi espíritu los que estallaron tras el impacto de esos versos) y no aspiro a reclamar por el valor de mi vida anterior, mejor es así como vivo ahora. Mi consulta es acerca del hecho siguiente: el señor Girondo podría ser hallado culpable de la manufactura de un arma con fines homicidas. Sin embargo, yo misma mantuve el libro entre mis manos y nunca atiné a cerrarlo. Yo no quería cerrarlo. Yo (podría decirse) apreté el gatillo. Yo entregué mi vida. ¿No sería yo también culpable?

Desde ya, les agradezco me hagan llegar sus opiniones jurídico-existenciales. Mucho más que atentamente,

Srta. Mi nombre ya es canción.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Estereotipía

Basta de glamour. Sólo jogging y zapatillas, patear la pelota afuera y atragante de películas pochocleras. Ya ni me doy cuenta del límite entre ningún lugar. Todas las decisiones son difíciles y, si centrifugo una vez más mis ideas, probablemente se desagüen en un reducto en el que no quepan mis manos.

Escribir es lo único que no cambia, por más que los libros caminen. Hasta podrían correr, incluso. No importaría si volaran y yo tuviera los pies atados a la tierra. Tarde o temprano me colgaría de una de sus hojas, hasta lograr que uno de ellos me llevara en su lomo. De ahí a que mi sangre sea el fluido que estampa las letras sólo hay un filo de papel de distancia.

Mi nombre ya es Aldo Manunzio.