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viernes, 3 de septiembre de 2010

Terapia grupal en el lugar de trabajo

nosotros
los enfermos perdedores desquiciados
aquí estamos
nos reúnen para que nos reconozcamos
los unos en los otros
(ahora lo veo
cuatro años después
ahora lo veo)
pero a nadie le resulta fácil
darse cuenta de su miseria
en los rostros ajenos

quién sabe cuál es el perverso humor
de los de recursos humanos
que nos buscan y nos ensamblan
(los enfermos perdedores desquiciados)
pero el ring del teléfono me demuestra
que la pelea por el cambio empieza aquí
hoy
en la aceptación

Mi nombre ya es un freak laboral más.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El silencio de Luis


Pero hoy el colectivo pasó antes de lo esperado y, sin embargo, Luis estaba ahí, esperándolo. No así mucha de la gente que solía estar allí con el mismo fin. Ellos saldrían más tarde y tendrían que tomar otro colectivo. Al subir al interno 25, había asientos vacíos. Luis se sintió como un habitante de un country. El colectivo cubrió el trayecto como sobrevolando el asfalto, como una mano esparciendo crema sobre la piel. El sol de la mañana calentaba el rostro de Luis y tuvo ocasión para una siesta acurrucado en su asiento. Al llegar a un punto neurálgico de la ciudad, Luis descendió del colectivo como endulzado por el viaje, ¿se amargaría en este punto como solía hacerlo? Al descender a la estación de subte, el milagro continuó. Poca gente, viaje breve y sin inconvenientes. Sin asientos libres, pero eso no era importante. Para cuando descendió del subte, en pleno microcentro porteño, el reloj le indicaba que aún tenía veinte minutos antes de verse obligado a marcar tarjeta en el trabajo. Éste, definitivamente, iba a ser un día memorable. Caminó unas cuadras y se detuvo en un supermercado. Compró un alfajor de chocolate, medio kilo de manzanas y un frasquito con veneno para ratas. Salió de supermercado y todavía le quedaban diez minutos. Caminó un poco más y se detuvo a darse un lujo: compró un capuchino grande con canela extra, para llevar. Olía delicioso. Caminó hasta la oficina, fichó dos minutos antes de las nueve y, al pasar por el escritorio del señor Hekel, depositó una manzana y el alfajor de chocolate uno al lado del otro. En algún momento de este día, comprobaría si los milagros existen.

Mi nombre ya es tentación.