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jueves, 23 de octubre de 2008

Prendida

Mitad de la semana. Un octubre que me encuentra con alguna decepción laboral (como pasa en cualquier vida), vestida de rojo (por las dudas) y en pie de guerra (con unas cuantas municiones de ska-punk). Green day me grita desde un CD y España en su versión más contestataria me grita desde el celular. A la tarde, seguro me pega el bajón y voy necesitar que me acompañe la banda de rock más grande que transita este siglo (Radiohead, claro, ¿qué podían esperar de mí?). Más tarde, después de una obligatoria inyección de café y batería, me espera el agobiante viaje a la facultad, a la clase más cualquiera de todas las que haya tenido.

Durante todo el día, medito sobre si realmente quiero que me absorba el sistema y camuflarme en un recurso que soporta toda la presión de una maquinaria moldeadora de autómatas. O si, quizás, deba calzarme la capa de marginal que no necesita nada que provenga del capitalismo mercenario. El cambio climático del quinto piso me tiene aturdida: no encuentro respuesta más que la conciencia plena de que mi creatividad excede las rumiantes tareas que llevo a diario.

Será una buena hora, entonces, de sentarme a examinar en el fondo, bien al fondito, de mi ser qué es lo que quiero para mí, para mi vida como se presenta después de veintisiete años, nueve meses y veintitrés días desde que la partera le dijo a mi mamá: “Ya puede pujar, señora”. ¡Qué cosa rebuscada la mía!

Por suerte, a la noche, tengo visita.

Mi nombre ya está encendido.

sábado, 18 de octubre de 2008

Te lo digo así

Rosita, mi vida:

No sabía cómo comunicarte esto sin que tus ojos penetrantes se clavaran en mi culposidad crónica. Creo que ya no debemos compartir el lecho. Tu hedor no me deja dormir en paz. Sé que no hay nada que puedas hacer con eso: no hay jabón que logre perfumarte, ni pastillas que me noqueen por completo.

He decidido que es hora de que otros brazos te rodeen. Sé que podrás hacer muy feliz a alguien más, a alguien con un sentido del olfato menos agudo que el mío, alguien más joven, menos melindroso. Si con sólo pensar en el rosado tono de tu rostro, brazos y piernas, en la suavidad que conservas, en la seguridad que trasmites, reconozco los muchos años maravillosos que te quedan por delante.

Nunca olvidaré los momentos felices que vivimos, nuestros juegos, mi llanto oculto en tu panza, mi miedo dominado por aferrarte la mano… Creo que papá nunca hizo nada mejor que encontrarte para mí, para mitigar mi soledad, mis silencios. (Aunque te confieso que, a veces, también creo que lo mejor que hizo en su vida fue irse de casa para no volver más y, entonces, dejar de pegarle a mamá.) Todos mis recuerdos mejoran su color gracias a vos.

Sin embargo, mi terapeuta me ha dicho que no es bueno que una mujer al borde de los treinta años duerma abrazada a un peluche (te ruego no te ofendas por semejante generalidad). Él me remarcó que, si no me separo de vos, no me va a firmar el alta para reincorporarme al trabajo. Y tengo que volver a ese lugar. No creas que es porque los escuché hablar de mí a mis espaldas, tildándome de loca, diciendo que tenían miedo de que robara alguno de esos insulsos perros, gatos o elefantes que suelen comprar como regalo corporativo para el cumpleaños de algún retardado. No, eso ya es costumbre. Eso ni me importa. Tengo que vengarme de todos esos hijosdeputa que se burlaron de vos. De tu foto en mi escritorio. Nuestra foto. La que robaron y trucaron del modo más vil. Imágenes asquerosas de nosotras podían verse en las pantallas de todas las computadoras de la empresa. “Fetichista!”, decían.

Siempre te recordaré como lo más preciado de mi existencia.

Adiós,

Laura

Mi nombre ya está tocado.

Tu foto


Fetichista!