minombreyaescancion@yahoo.com.ar

martes, 28 de agosto de 2007

Ignorancia

¿Por qué será que algunos días no pueden terminar sin que uno hiera a alguien? Es, entonces, cuando mi compulsión no encuentra cantidad de facturas suficiente que la calme y mi cabeza sólo pide ser llevada a la cama, para que los sueños despidan la peor clase de día de todos los que existen.

Mi nombre ya está despapachado.

viernes, 24 de agosto de 2007

Sabiduría tamaño pitufo

No hay nada más lindo que darse una ducha caliente después de un largo día de trabajo pensando en que tengo que conseguir otro trabajo, incluida una pequeña patinada que gracias a mis desacostumbrados pero todavía avispados reflejos no fue caída (impactante intensidad de dos segundos que, sin embargo, asusta como si nunca me hubiera caído).

Mi nombre hoy sólo atiende urgencias.

jueves, 16 de agosto de 2007

Efemérides


Un día como hoy, pero de 1942, Don Adolfo Castañares, prócer adoptivo de San Pedro, se levantó de la cama y dijo: “Hoy escribo”. Entonces, tomó lápiz y papel y escribió unos versos muy feos inspirados en los naranjos de su ciudad. Tenía 39 años y el pobre oficio de niño bien venido en desgracia. Luego de cinco años de insistir en un arte que constantemente se burlaba del tono ciclotímico de sus odas, alternancias pares de cursilerías y declaraciones pendencieras en sus estrofas, Don Adolfo se dio cuenta de que era imposible, para él, dejar la ginebra y escribir poemas (en ese orden). Así, pasó diez largos años sin escribir nada más que cheques sin fondo a sus cobradores, hasta el día en que se enamoró perdidamente de la viuda del dueño del bar del pueblo. Allí mismo, donde Don Adolfo formaba parte integrante del mobiliario, se le ocurrió contarle la historia de su vida por carta (nunca hubiera estado lo suficientemente sobrio como para contársela de corrido sin morderse la lengua al menos 10 veces), decorándola como la situación merecía: nada de mencionar aquel escándalo con la hija del ex intendente o la vez que se jugó su mejor pingo en una mano de poker. Fue un mes de lo más complicado y doloroso, no era nada fácil volver al bar cada día y, sentado en su mesa de siempre con vista a las polleras que salían del colegio, tratar de poner en funcionamiento su cerebro demasiado resacoso. Muchos días no lo logró, pero luego se divertía con sonrisa auténtica leyendo los desvaríos producto nacional, como la caña de durazno.

Qué fue de esa carta, a nadie le importa. Se sospecha que alguien la utilizó para una autobiografía de Don Adolfo, publicada hace varios años, que fracasó rotundamente, debido a que la verdadera historia de vida del prócer, no la ficcionalizada, era muchísimo más interesante y jugosa.

¡Ah! Ustedes se preguntarán qué pasó con la viuda. Cuando finalmente terminó su carta, Don Adolfo se enteró de que la mujer andaba con el carnicero de la vuelta, veinte años más joven. Se sintió devastado con la noticia por unos minutos, hasta que espetó: “Y, ¿¡qué querés!? La carne tira”.

Y, entonces, se consagró como escritor.

Mi nombre ya es una tira de asado.

viernes, 10 de agosto de 2007

Epifanía

¿Alguna vez alguien, cuando levanta sus ojos hacia el cielo, se dirá a sí mismo “beh! es sólo una ilusión óptica”? Y seguirá camino, entonces, tratando de derribar todos esos engaños de la naturaleza que nos rodean.

Mientras más lo pienso -en medio de esta noche tan plena, tan sincera-, más me convenzo de que nadie lo debe hacer. Y digo más. Cuando esa misma ilusión cambia de tono para ofrecernos una visión ensoñadora más perfecta, más engañosa, más nos dejamos sorprender, más nos alegramos. Debe ser porque la mayoría de las ilusiones de la naturaleza hacen nuestra vida más culminante, más real, más. Ojalá la mayoría de las ilusiones de los seres humanos fueran así, pero.

Sin embargo, aún tengo ilusiones maravillosas para compartir con los demás.

Mi nombre ya es cielo.

lunes, 6 de agosto de 2007

Perfume

No habían pasado ni diez segundos desde que había sonado el teléfono, cuando Laura, con el tubo aún frío en la mano, repreguntó: ¿Por qué asunto es? Ni bien terminó de pronunciar esas palabras, se dio cuenta de que sonaba como una de esas secretarias que tienen terminantemente prohibido pasarles llamadas a sus jefes que le deben plata a la mayoría de sus proveedores / gustan de dormir la siesta de corrido / tienen reuniones que no deben ser interrumpidas con señoritas que siempre dejan una estela perfumada en la oficina. Como Susi, que acaba de entrar en mi oficina con una pollerita que me encantaría enmarcar luego de esta reunión que no debe ser interrumpida por nada del mundo, Laura.

Mi nombre ya es fusquiano.

viernes, 3 de agosto de 2007

Monamur

Si pudiera vencer la inercia del susto frente a la pantalla en blanco, te diría que lo único que intento, día tras día, es poner en palabras todo aquello que... Me digo, entonces, que yo no sé escribir cartas de amor, que cómo puedo saberlo si nunca escribí una, si para mí el amor era tan real como las alas de Ícaro. Y lo digo, porque yo siempre estuve en el agua, siempre a punto de ahogarme, ola tras ola. Me hice de corcho y llegué a tierra, donde adquirí una cubierta de metal, para electrificarme las defensas. Y así andaba, tratando de ocultar el dolor que me causaba respirar, las náuseas que me generaba el vacío de futuro. Sin embargo, no olvidaba que un día me había prometido crecer alas. El problema era que no sabía cómo. Hasta que te conocí.

Conocerte fue el dulce despertar de aquellos sueños que me prohibía bocetar siquiera. Desde el día en que me besaste la estimada señorita soledad me dijo adiós. Los viajes en colectivo dejaron de ser parte de mi escapismo cotidiano; son el preludio de la felicidad, ahora. El domingo, el día inexistente, el del soliloquio devorador, es el sagrado amanecer entre tus sábanas y descubrir que hace más de un mes que no lloro. Y, si decís que el eco de mi risa llena tu casa -antes desabrida-, si Mafalda mueve más la cola los fines de semana, es porque, compartir la mesita verde de la cocina con vos hace mi felicidad más generosa. Te confieso, además, que estoy empezando a despegar tanto pasado de las paredes de mi casa. Ya no necesito recordarme las piedras, sólo queda el color de los girasoles. Y adornar esas paredes con tus ojos, tus labios, tus palabras que dibujan un espejo que aprendo a amar; tus palabras pintadas en cada rincón, desde donde me saluden todas las mañanas, y me besen todas las noches.

Como esa noche, en la que dije “no me dejes” y respondiste que nunca ibas a hacerlo. Y, casi sin respiro, con todo el convencimiento que provee el estar enamorado, susurraste que te ibas a quedar conmigo para siempre. Te abracé y traté de articular palabra, pero primero llegaron las lágrimas. Tenía miedo de promesas incumplidas. Tuyas. Mías. De los dos. “Lo único definitivo en mi vida son las ausencias”, descubrí en ese momento. Tenía miedo.

Hoy, en cambio, desperté con la sabiduría que da, el lecho compartido. Salté de la cama y nunca toqué el piso. Estaba algo dormida todavía; no reaccioné hasta que Mafalda trató de lamerme las plantas de los pies. Entonces, descubrí que tengo alas. Que los caballeros andantes pueden andar perdidos. Que mi juego favorito es contar tus pestañas. Que mi pecho puede abarcar más superficie que el océano. Que tus manos en las mías son necesarias. Que vuelo en cada uno de tus besos. Que ya no tengo miedo. Que somos futuro.

Mi nombre ya es feliz seismesario.