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martes, 24 de abril de 2007

En Italia no se consigue

Los italianos tienen un dicho “un buon giorno si vede dal mattino”. O sea, “un buen día se ve desde la mañana”. Como en Argentina tenemos un huso horario distinto al de ellos, debe ser por eso que acá eso no funciona. O, como diría mi mamá: “para prueba basta un botón”.

Escuchar el despertador todas las mañanas suele ser, para mí, el acto más barbárico que existe en la faz de la Tierra (al menos en ese momento, no vayan a pensar que no conozco actos más barbáricos). Sin embargo, hoy no me dolió tanto. Y eso que me desperté más temprano que de costumbre. Pero en la cama de mi novio, la vida la veo de otra forma.

Además, no tenía que pasar por esa lucha tan cotidiana de tener que pensar qué me pongo y el taper con la vianda ya lo tenía listo. ¡Encima me llevaban en auto al laburo! Todo perfectirijillo, al decir de Ned Flanders. Todo hasta que llegamos cerca de la General Paz y su tránsito lento por vaya-uno-a-saber-qué enésimo arreglo en los carriles de acceso a la Capital.

Increíblemente, llegué en horario al trabajo (cosa que, saliendo desde mi casa, que está infinitamente más cerca de mi trabajo, nunca sucede). Mi jefe chocho de la vida, porque por una vez no tenía que tirarme una indirecta más que directa. Y yo, chocha de la vida porque alguien cumplía años y había algo rico para acompañar mi café con leche del desayuno. Pero lo bueno nunca dura; o algo así es lo que dicen, ¿no?

Me olvidaba (o no tenía lo suficiente presente) que me tocaba el laburo más pesado y somnoliento del mes: corregir el boletín de la AFIP. Como podrán imaginarse, el nombre ya induce al sueño. Y ni hablarles de las chichis de la AFIP, las que supervisan mi trabajo, que son la cosa más le-busco-el-pelo-al-huevo que hay en este mundo. A veces pienso que su hobby por estos días es tratar de amargarme la vida a mí (para amargarle la vida al resto del país están los inspectores, ¿vieron?). Así que después de una mañana muy apelmazada, siguió una tardecita complicada: llamados con sus quejas por un lado, el apriete de mis jefes por el otro y, casi terminando la jornada laboral, descubrir que me había mandado un moco que bien podría haber hecho rodar mi cabeza. Sin embargo, las demoras de otros sectores que son los que dan la última palabra y la firme sensación de que San Fortunato siempre me está mirando de reojo, hicieron que zafara. Y, junto conmigo, algunos compañeros más. Pero yo más que nadie, porque “la culpa es siempre del corrector” (antiguo refrán editorial, por si no lo sabían).

Salí, casi como si me estuviera “corriendo el diablo”, hacia mi clase de italiano, tratando de dejar semejante estela de mal humor por el camino. Y me di cuenta de que todavía no me acostumbro al cambio climático entre el subte y la calle (o la editorial y la calle, o el tercer piso y los otros pisos, o el mínimo sector de mi escritorio y el resto del piso), pero a eso no hay con qué darle (lo único que espero es que, si me termino enfermando, sea cerca del fin de semana, así tengo unas mini-vacaciones). Había manifestación, pero estando a pie...¡qué la gente siga manifestando!

Lo curioso, ya en el recreo de la clase, es que lo que me terminó consolando de todo mi estrés laboral fue la cara de la chica que atiende en el barcito donde me compro un cortado. Siempre es la misma: de culo. Es increíble, pero en lo que va del año, siempre la veo atender a los clientes con una mala ooondaaaaa. No sé que tendrá de tan terrible su trabajo, pero difícilmente puedo pensar en que solamente sea eso. O, quizás, es solamente su cara y por dentro la chica es “de mil amores” (mmmm, me parece que tanto café me afectó el cerebro).

Ya sé, ustedes dirán, “mal de muchos consuelo de tontos”, pero en este caso, es una sola la que tiene el mal (o la mala cara, para ser más precisa), y francamente yo empecé a sentirme mejor en ese momento. Tanto que, incluso no me importó, cuando me tomé el colectivo, que el último asiento libre lo ocupara el pibe que subió justo adelante mío. Lo único que me importaba era llegar a mi casa y a las milanesas de mi vieja.

Moraleja: “serás lo que debas ser y sino...”...sino te comprarás un título universitario trucho vía internet; que al final, los refranes y las frases hechas mienten. Pregúntenselo a los italianos sino.

Mi nombre ya es un refrán.