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viernes, 22 de enero de 2010

Elemental, Watson




Hace varios años ya que, cada vez que me siento frente a la computadora, mi gata se me abalanza. Se sube sobre el escritorio en donde yo estoy tratando de tipiar alguna incoherencia o haciendo un gran esfuerzo por terminar un trabajo para la Facultad; camina sobre la impresora ante mi cara de terror porque el aparato sucumba ante su peso y no quiera funcionar más; se queda en el piso, junto a la silla en la que estoy sentada, e intenta llamarme la atención con sus afiladas uñas sobre mis piernas (divinas las marcas que me quedan, pareciera que vivo en el campo rodeada de cardos). En el mejor de los casos, después de realizar cada una de las acciones anteriores, finalmente logro convencerla de que se quede acurrucada sobre mi regazo, mientras trato de seguir tipiando en una postura antinatural, pero proanimal.


Años y años de explicarles a mis amigos que si, de repente, en el medio de una conversación, aparece algo incompresible en la ventanita del messenger no es que súbitamente dejó de hacerme efecto alguna pastilla, sino que hubo algún felino que pasó fugazmente por el teclado y, en medio de una lucha entre patas y dedos, en algún momento alguien apretó el enter y el cyberespacio supo de la presencia de mi gata en el teclado.


Años y años de que yo pensara que todo esto consistía simplemente en una mascota tratando de llamar la atención de la persona que más la quiere. Pero no.


Ayer mi novio hizo que me diera cuenta de algo evidente, algo que hasta podría considerarse un hecho científico claro y preciso (y que yo no había advertido a causa de todas mis bobadas emocionales). Si mi gata se pone pesada y trata de subirse sobre el escritorio en el que está la computadora, no es por llamar mi atención, es porque está tratando de cazar el "mouse".


Mi nombre ya es miau!