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jueves, 13 de diciembre de 2007

Santas flores de Barracas



Hoy me levanté con ganas de estar contenta. Sí, a pesar de haber dormido poco, de darme cuenta de que engordé, de haberme quemado con el café con leche, de que el índice del libro que tengo entre manos no quiera ordenarse y de otros horrores cotidianos.

Porque lo glorioso, en este caso, es que soy consciente de que puedo acostarme temprano hoy, ejercitar menos la crítica y más las piernas, que el café me gusta a altas temperaturas (contra todo riesgo), que los índices se domestican (quieran los malditos o no) y que los horrores seguirán existiendo mientras los dejemos, pero bien podemos espantarlos nosotros a ellos, alguna vez al año.

Como hoy, 13 de diciembre, que me pone contenta porque, con la excusa de honrar a Santa Lucía, los jazmines desfilan por la República de Barracas, y entre las dieciocho y las diecinueve el tiempo se destiñe con la tarde y uno no sabe si está en el año 1940, en el 2007 o en el 2023. Así, entonces, los horrores se pierden por unos días, unas horas o un rato nomás. Hasta que vuelvan a encontrarme la próxima vez que me tome un subte repleto en una calurosa mañana de diciembre.

Mi nombre ya es santurrón o San Turrón (como les guste).

martes, 4 de diciembre de 2007

Viernes

es algo así como
el hipo
sólo tengo que contener
el aire

hasta que se acomode
todo
(lo que hace las veces de)
diafragma

y entonces
respiro
fin de semana
respiro
tus besos
respiro
recitales
y entradas

Mi nombre ya es the police.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Cambio de piel

ayer hubo
hoy nada
o esto
quizás
(volver siempre cuesta)
imaginate cuando esté
toda mudada

Mi nombre ya está mezclado.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Desesperación

Encima de que todavía no terminé de recolectar todos mis zapatos de la casa de mi madre, tengo que actualizar mis archivos en la computadora (además (y esto es lo más grave (por eso lo digo entre paréntesis) de todo todo lo que me pasa) tengo 468 mails sin leer). Así ¡cómo pretende el universo que luche contra el maldito aire acondicionado del trabajo que ya me tiene seca si el cuero apenas me alcanza para poner un pequeño post de protesta en mi blog! Tenía mucho menos equipaje cuando era triste solitaria y final... (pero ahora puedo llenar ¡todo por dos! (todo por vos)).
Mi nombre ya es una cruzada contra la vieja de mi trabajo que es una venenosa.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Jueves

autopista a la rutina
besos que no alcanzan
malestar de cansancio
y una promesa de hacer
nada
cena pajarito
y cama

Mi nombre ya no quiere más lola.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Sábado

hoy duermo
viajo terapia
jugás en el arco
y pateamos la pelota
hasta la noche
en que
lo que quieras

Mi nombre ya es olvidadizo.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Interruptor

He descubierto que necesitaría tener un interruptor en la nuca para colocarlo en OFF y dormirme en ese mismo instante, porque es como si yo funcionara con corriente continua y la única forma de hacer que mi cerebro cambie a una corriente alterna sería abriendo el circuito a través de un botón que desprenda uno de los cables que me atan a mi constante preocupación. O sea, los únicos días en los que logro desmayarme, ni bien mi cabeza toca la almohada, son aquellos en los que estoy bajo los efectos del alcohol, porque por más ejercicio que haga no logro sacar afuera todos esos insectos que me revoltean dentro de la cabeza.

Mi nombre ya está de vuelta.

domingo, 28 de octubre de 2007

Distintas formas de medir el tiempo

Uf! A mí todos los días se me hacen largos,
como café yanqui bien aguado,
y los fines de semana se me hacen cortitos,
como ristretto italiano bien fuerte y bien caliente.
¿Será que el tiempo me corre distinto
porque me faltó el desayuno
y lo único en que puedo pensar
es en que extraño mi café con leche?

Mi nombre ya está decafeinado.

domingo, 21 de octubre de 2007

A ciencia cierta

En el lapso del fin de semana, he comprobado científicamente que, una vez que el baño está radiante por ese tipo de limpieza que trabaja los músculos abdominales superiores, las mudanzas dejan de ser tan caóticamente críticas, para dejar lugar a las preguntas fundamentales de ¿cómo hago para meter 200 libros en una bibliotequita de 1,20 m x 70 cm? y ¿cuántas cajas y cajitas puede acumular una mujer en 26 años de vida?

Mi nombre ya es un despelote.

martes, 9 de octubre de 2007

Relación hombre-animal




A Luna: no viviremos más en la misma casa, pero siempre estaremos juntas.
Mi gata suena.
Mi novio se asusta.
Son pura fricción.

Mi nombre ya es haiku.

domingo, 7 de octubre de 2007

Chau agujas

Desde que mi reloj murió, tengo más tiempo para aquellas cosas que nunca llegaba a hacer. Remoloneo en la cama. Me entretengo en el colectivo mirando por la ventanilla mi reflejo despeinado. Me río cuando descubro una media blanca y otra rayada enfundando mis pies. Calculo los diferentes eventos que deberían ocurrirles a quienes viven con dos minutos más o tres minutos menos de la hora oficial. Llevo dos libros terminados en algún café de la ciudad. Tengo un nuevo amigo a raíz del ¿tenés hora? en un banco de plaza. Y hasta mejoró mi postura corporal. Ya no vivo estresada porque, si no tengo ningún parámetro para medir el tiempo ¿cómo puede ser que esté llegando tarde?

Mi nombre ya es libre.

martes, 25 de septiembre de 2007

Rompecabezas

Los domingos a la noche, una parte de mí siempre se va con vos. Debe ser por eso que los lunes sólo mi cuerpo viaja en el colectivo: mi otra parte se queda en la cama, ignorando que es lunes y el trabajo manda. A ella lo único que le importa es que llegue el martes, porque ese día se levanta y se anima a ir al trabajo con el cuerpo. Sabe que a las 18.15 -minuto más, minuto menos-, nos encontramos con vos, con la parte de mí que te acompaña siempre y entonces, por algunas horas, yo tengo todas mis partes para perderlas en tus ojos, y que ellas elijan a cuál le toca acompañarte cuando te vayas.

Mi nombre ya es muchos.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Ornella canta como ninguna

La narración de las cuatro de la tarde se había vuelto muy concurrida en la biblioteca popular del barrio de Monserrat. Desde hacía dos meses, el boca en boca entre las madres y maestras de la zona y alrededores no dejaba de susurrar un nombre: Ornella.

Ella, infaliblemente, llegaba diez minutos antes de que los chicos, ansiosos, comenzaran a bañarla en preguntas sobre cómo continuaría la historia de la que nunca perdían el hilo. Cinco minutos antes de que acabaran las corridas y los tironeos, se sentaba con su postura correctísima, sujetaba en forma ligera su largo cabello ondulado, se quitaba los anteojos de sol y los guardaba en su cartera. La que dejaba colgando en la silla junto con el abrigo. Por más de que allí dentro hiciera frío, uno nunca puede contar una buena historia si el saco le entorpece los brazos. A continuación, tomaba un gran libro que dejaba siempre abierto en la mitad, como abrazando sus largas piernas que, siempre inquietas, de otra manera hubieran molestado durante el relato, como si esa acción fuera el aviso de que las aventuras de los días previos iban a recomenzar. Finalmente, sacaba el celular del estuche que lo ataba a su cadera y lo apagaba. Le gustaba dejarse llevar durante una hora completa, como si fuera uno de los rapsodas de la Antigua Grecia que cantaba la epopeya de sus antepasados sin otros instrumentos que sus cuerdas vocales y su memoria (a falta de lira, buenos eran los sonidos de asombro, sobresalto o alegría de los chicos). Cuando su reloj anunciaba: “Son las cuatro de la tarde” y emitía cuatro quejidos, todos en la sala sabían, el reloj incluido, que el único sonido necesario (imperativo, incluso) era la profunda y ensoñadora voz de Ornella. Entonces un mundo distinto comenzaba a tomar vida con su característico “Había una vez”.

Al cabo de esa hora en que hasta las paredes parecían despegarse de sus ladrillos y viajar con los problemas en los que se metían Luis, el niño elefante, y Federica, la niña mona, Ornella se ponía de pie, encendía su teléfono, se abrigaba, tomaba su bolso y salía, siempre acompañada del brazo de una de las dos bibliotecarias que, fuera una o fuera la otra, le decía lo agradecida que estaba de su gesto tan valeroso (perdón, valioso) de acercarse hasta allí a contar esas historias tan ocurrentes. Y siempre, también, le preguntaba, fuera una o fuera la otra, si no quería que le llamaran un taxi para que viajara más segura, que esa radio en la que ella trabaja estaba en una zona un poco fea y que, en invierno, para la hora en la que ella iba a llegar allí, ya sería noche cerrada. A lo que Ornella siempre le contestaba, fuera Marta o fuera Angélica, que ella ya no era una nena y sabía cuidarse perfectamente, que sino cómo podría ser que trabajara de noche y viviera sola. A esa altura de la conversación, por fortuna o porque a veces es mejor no seguir dándole vueltas a un asunto ya resuelto, ya estaban en la parada y el colectivo se asomaba con decisión. Entonces, Ornella sacaba un manojo de tubos de la cartera, desenrollaba la tira que los mantenía unidos y los desplegaba, formando una larga vara blanca con una soguita atada en uno de los extremos. El colectivo frenaba, el chofer saludaba a su pasajera favorita de las cinco y diez y Ornella comenzaba a subir con destreza, sin ayuda. Y siempre desde ahí, desde el primer escalón cerraba la conversación hasta el otro día con un contundente: ―No te preocupes, Marta. ―o Angélica, según el día― Hace rato que no le tengo miedo a la oscuridad.

Mi nombre ya es un relato.

viernes, 21 de septiembre de 2007

¡Extra, extra!



¡ESTALLÓ LA PRIMAVERA!

Docenas de flores cubren mi escritorio, hay hojas esparcidas por entre los papeles que abundan en la oficina y una rama entera se metió en el dispenser de agua. Este es el único fenómeno en donde se produce un estallido, pero no hay víctimas, sino beneficiarios. Hoy, hasta los más grises despuntaron un brotecito de color.

Mi nombre ya es picnic express.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Sabiduría tamaño pitufo bebé alcoholizado

Hay pocas cosas peores que descubrirse en un lugar ambientado con una mala canción cuando uno está consternado por algo muy importante. Un trago cargado con vodka se vuelve necesario, incluso para el más inexperto bebedor. ¿Será el alcohol en sangre o el mundo entero que intenta decirme algo con tanta embarazada y ácido fólico a mi alrededor?

Mi nombre ya está emb...riagado.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Concurso de globos de chicle

Las reglas dicen:
1) Todos los participantes podrán usar uno Y SÓLO UN chicle por competencia.
2) Se contarán DOS intentos por participante y el mejor de ellos se tendrá en cuenta para el pase a la ronda siguiente.
3) Serán, al menos, TRES rondas de competencia, con definición por muerte súbita en caso de quedar más de un participante luego de la tercera.
4) Todos los participantes usarán la MISMA marca de chicle.
5) Los participantes CONVENDRÁN en la marca y el sabor del chicle a utilizar.

Éstas eran la reglas que establecimos. Todos aportamos un peso para comprar el material a utilizar en la competencia y el premio/trofeo/souvenir para el ganador. Decidimos apegarnos a la antigua usanza y dejar que el aplausómetro designara el ganador, así nadie tendría problemas con un juez designado al caso.

Pero:
1) La convocatoria fue todo un fiasco: éramos solamente cinco participantes, igual cantidad que el público y la mitad menos uno de los participantes del concurso de balero de la semana anterior.
2) Los chicles resultaron estar medio duros y hubo que perder mucho tiempo en ablandarlos.
3) El aplausómetro se rompió y el título quedó vacante; el premio yace en el fondo de mi tercer cajón en la oficina, huérfano y aburrido.
4) Y, encima, caímos en la conclusión de que los chicles Bazooka ahora vienen más chicos y el Pibe Bazooka ya no es pibe, sino Joe.

¿Alguien me puede decir en qué fallamos? Mis compañeros de trabajo y yo, en su representación, agradecidos.

Mi nombre ya es un chasco errepariano.

martes, 11 de septiembre de 2007

Tres y media de la tarde

Casi golpeándome con los papeles en la cara, me dijo: “No te duermas”. Me sorprendí, lo admito, pero no estaba durmiendo, me quedé pensando en locutorios. “¿En qué?”, me preguntó, frunciendo la cara en un gesto más de desaprobación que de incredulidad. En esos lugares en donde hay cabinas telefónicas y uno llega y automáticamente le asestan un número: “Pasá por la cinco”, te dicen y vos, que sólo querías sacar una fotocopia, no podés resistir el sumergirte en una de esas cabinitas, te metés, entonces, y marcás un número al azar: suena el ring en el auricular del teléfono una vez; dos; tres; operadora qué pasa que siento olor a perro, esta cabina está mal sellada y los tomates entran por todos lados, ¿estará despierta la persona al otro lado de la línea? Y, así, sobresaltada por un taladro en versión timbre de teléfono, me doy cuenta de que es imposible de que mi jefe acabe de llegar de su almuerzo: lo despidieron la semana pasada porque a la tarde todos los empleados dormían la siesta sin que él se diera cuenta y, según dicen los rumores, ahora trabaja en un locutorio donde te tira con un número: “Pasá por la dos”.

Mi nombre ya está actualizado.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Vos (y yo!)

Todas las flores que me regalás son hermosas -y yo las guardo como botones que abrochan el enorme saco de felicidad que me abriga-, pero las de papel son las que tienen el aroma que más me gusta, mezcla de chocolate y punk rock.
Sos la canción que más amo.

Mi nombre ya está ansioso por mudarse.

martes, 28 de agosto de 2007

Ignorancia

¿Por qué será que algunos días no pueden terminar sin que uno hiera a alguien? Es, entonces, cuando mi compulsión no encuentra cantidad de facturas suficiente que la calme y mi cabeza sólo pide ser llevada a la cama, para que los sueños despidan la peor clase de día de todos los que existen.

Mi nombre ya está despapachado.

viernes, 24 de agosto de 2007

Sabiduría tamaño pitufo

No hay nada más lindo que darse una ducha caliente después de un largo día de trabajo pensando en que tengo que conseguir otro trabajo, incluida una pequeña patinada que gracias a mis desacostumbrados pero todavía avispados reflejos no fue caída (impactante intensidad de dos segundos que, sin embargo, asusta como si nunca me hubiera caído).

Mi nombre hoy sólo atiende urgencias.

jueves, 16 de agosto de 2007

Efemérides


Un día como hoy, pero de 1942, Don Adolfo Castañares, prócer adoptivo de San Pedro, se levantó de la cama y dijo: “Hoy escribo”. Entonces, tomó lápiz y papel y escribió unos versos muy feos inspirados en los naranjos de su ciudad. Tenía 39 años y el pobre oficio de niño bien venido en desgracia. Luego de cinco años de insistir en un arte que constantemente se burlaba del tono ciclotímico de sus odas, alternancias pares de cursilerías y declaraciones pendencieras en sus estrofas, Don Adolfo se dio cuenta de que era imposible, para él, dejar la ginebra y escribir poemas (en ese orden). Así, pasó diez largos años sin escribir nada más que cheques sin fondo a sus cobradores, hasta el día en que se enamoró perdidamente de la viuda del dueño del bar del pueblo. Allí mismo, donde Don Adolfo formaba parte integrante del mobiliario, se le ocurrió contarle la historia de su vida por carta (nunca hubiera estado lo suficientemente sobrio como para contársela de corrido sin morderse la lengua al menos 10 veces), decorándola como la situación merecía: nada de mencionar aquel escándalo con la hija del ex intendente o la vez que se jugó su mejor pingo en una mano de poker. Fue un mes de lo más complicado y doloroso, no era nada fácil volver al bar cada día y, sentado en su mesa de siempre con vista a las polleras que salían del colegio, tratar de poner en funcionamiento su cerebro demasiado resacoso. Muchos días no lo logró, pero luego se divertía con sonrisa auténtica leyendo los desvaríos producto nacional, como la caña de durazno.

Qué fue de esa carta, a nadie le importa. Se sospecha que alguien la utilizó para una autobiografía de Don Adolfo, publicada hace varios años, que fracasó rotundamente, debido a que la verdadera historia de vida del prócer, no la ficcionalizada, era muchísimo más interesante y jugosa.

¡Ah! Ustedes se preguntarán qué pasó con la viuda. Cuando finalmente terminó su carta, Don Adolfo se enteró de que la mujer andaba con el carnicero de la vuelta, veinte años más joven. Se sintió devastado con la noticia por unos minutos, hasta que espetó: “Y, ¿¡qué querés!? La carne tira”.

Y, entonces, se consagró como escritor.

Mi nombre ya es una tira de asado.

viernes, 10 de agosto de 2007

Epifanía

¿Alguna vez alguien, cuando levanta sus ojos hacia el cielo, se dirá a sí mismo “beh! es sólo una ilusión óptica”? Y seguirá camino, entonces, tratando de derribar todos esos engaños de la naturaleza que nos rodean.

Mientras más lo pienso -en medio de esta noche tan plena, tan sincera-, más me convenzo de que nadie lo debe hacer. Y digo más. Cuando esa misma ilusión cambia de tono para ofrecernos una visión ensoñadora más perfecta, más engañosa, más nos dejamos sorprender, más nos alegramos. Debe ser porque la mayoría de las ilusiones de la naturaleza hacen nuestra vida más culminante, más real, más. Ojalá la mayoría de las ilusiones de los seres humanos fueran así, pero.

Sin embargo, aún tengo ilusiones maravillosas para compartir con los demás.

Mi nombre ya es cielo.

lunes, 6 de agosto de 2007

Perfume

No habían pasado ni diez segundos desde que había sonado el teléfono, cuando Laura, con el tubo aún frío en la mano, repreguntó: ¿Por qué asunto es? Ni bien terminó de pronunciar esas palabras, se dio cuenta de que sonaba como una de esas secretarias que tienen terminantemente prohibido pasarles llamadas a sus jefes que le deben plata a la mayoría de sus proveedores / gustan de dormir la siesta de corrido / tienen reuniones que no deben ser interrumpidas con señoritas que siempre dejan una estela perfumada en la oficina. Como Susi, que acaba de entrar en mi oficina con una pollerita que me encantaría enmarcar luego de esta reunión que no debe ser interrumpida por nada del mundo, Laura.

Mi nombre ya es fusquiano.

viernes, 3 de agosto de 2007

Monamur

Si pudiera vencer la inercia del susto frente a la pantalla en blanco, te diría que lo único que intento, día tras día, es poner en palabras todo aquello que... Me digo, entonces, que yo no sé escribir cartas de amor, que cómo puedo saberlo si nunca escribí una, si para mí el amor era tan real como las alas de Ícaro. Y lo digo, porque yo siempre estuve en el agua, siempre a punto de ahogarme, ola tras ola. Me hice de corcho y llegué a tierra, donde adquirí una cubierta de metal, para electrificarme las defensas. Y así andaba, tratando de ocultar el dolor que me causaba respirar, las náuseas que me generaba el vacío de futuro. Sin embargo, no olvidaba que un día me había prometido crecer alas. El problema era que no sabía cómo. Hasta que te conocí.

Conocerte fue el dulce despertar de aquellos sueños que me prohibía bocetar siquiera. Desde el día en que me besaste la estimada señorita soledad me dijo adiós. Los viajes en colectivo dejaron de ser parte de mi escapismo cotidiano; son el preludio de la felicidad, ahora. El domingo, el día inexistente, el del soliloquio devorador, es el sagrado amanecer entre tus sábanas y descubrir que hace más de un mes que no lloro. Y, si decís que el eco de mi risa llena tu casa -antes desabrida-, si Mafalda mueve más la cola los fines de semana, es porque, compartir la mesita verde de la cocina con vos hace mi felicidad más generosa. Te confieso, además, que estoy empezando a despegar tanto pasado de las paredes de mi casa. Ya no necesito recordarme las piedras, sólo queda el color de los girasoles. Y adornar esas paredes con tus ojos, tus labios, tus palabras que dibujan un espejo que aprendo a amar; tus palabras pintadas en cada rincón, desde donde me saluden todas las mañanas, y me besen todas las noches.

Como esa noche, en la que dije “no me dejes” y respondiste que nunca ibas a hacerlo. Y, casi sin respiro, con todo el convencimiento que provee el estar enamorado, susurraste que te ibas a quedar conmigo para siempre. Te abracé y traté de articular palabra, pero primero llegaron las lágrimas. Tenía miedo de promesas incumplidas. Tuyas. Mías. De los dos. “Lo único definitivo en mi vida son las ausencias”, descubrí en ese momento. Tenía miedo.

Hoy, en cambio, desperté con la sabiduría que da, el lecho compartido. Salté de la cama y nunca toqué el piso. Estaba algo dormida todavía; no reaccioné hasta que Mafalda trató de lamerme las plantas de los pies. Entonces, descubrí que tengo alas. Que los caballeros andantes pueden andar perdidos. Que mi juego favorito es contar tus pestañas. Que mi pecho puede abarcar más superficie que el océano. Que tus manos en las mías son necesarias. Que vuelo en cada uno de tus besos. Que ya no tengo miedo. Que somos futuro.

Mi nombre ya es feliz seismesario.

viernes, 27 de julio de 2007

Un deseo

Si pudiera contarte de mi brusco brotar, de las veces que se me cayó el palito que me ayudaba a sostenerme, de las hojas que perdí por querer crecer de golpe y de tantas veces en que me regaron de más o me pegó el Sol de menos. Si pudiera...

Mi nombre ya está escaso de palabras.

jueves, 26 de julio de 2007

Confesionario

Estallar en llanto fue inevitable. Sus nervios antes casi imperceptibles, afloraron en un incesante temblor de manos y piernas, y su cabeza antes tan altiva ahora parecía estar ansiosa porque se abriera un agujero en el piso para buscar refugio. Sí, confesó.

Todo el dinero del señor Simpson no bastaba, su acomodada posición la aburría, un sólo amante no la satisfacía. Hasta cierto día en que comenzó a frecuentar el barrio más sórdido de la ciudad más hipócrita. Sus tabernas y cabarets le resultaban deliciosos. Llevar una doble vida se convirtió en algo necesario, imperioso casi. Y un día, en medio de la mayor decadencia londinense, Wallis lo conoció.

Tanto desenfreno viciaba el aire del lugar hasta hacerlo gustoso, como si la lujuria pudiera saborearse allí de forma única. Haciendo una entrada triunfal, Eduardo se abría paso radiante, iluminado por el placer que se aproximaba inevitablemente. El hijo pródigo había vuelto. El festín estaba servido.

Entonces, se reconocieron, se acercaron y en las sombras de la noche más apoteótica desde el fin de la guerra se coronaron reyes del inframundo inglés. Ellos serían los amos y señores de la hipocresía y Dorian Grey, su santo patrono.

Se convirtieron en amantes, amantes cotidianos; el carácter dominante y la conducta irreverente de Wallis subyugaban de tal forma a Eduardo que pronto la esposa del señor Simpson desplazó a sus otras amantes, “a esas mujeres sin gracia” como ella supo definirlas. Respecto del amante de Wallis nunca se supo exactamente hasta cuándo duró la relación, ni si era cierto que se trataba de un empresario americano relacionado cercanamente con el partido nazi. Ella nunca declaró nada al respecto, ni siquiera en ésta su confesión más oscura.

Entonces, idearon un plan, el macabro plan que los condujo hasta aquí, la central de inteligencia de Scotland Yard ante la presencia del Jefe Inspector F., el hombre más implacable de todo el Reino Unido porque cree que las instituciones deben representar lo más digno de las sociedades humanas, algo que la propia naturaleza de la mayoría de los individuos se empeña en boicotear.

La estrategia de Wallis y Eduardo era perfecta. Será, quizá, por ello que falló a la vista de la investigación de F. “Toda creación del hombre concebida como perfecta está condenada al fracaso” llevaba grabado el inspector en su reloj de bolsillo, el que no sólo le recordaba las demasiadas horas que dedicaba a su tarea, sino también por qué lo hacía.

Mi nombre ya es mentira.

jueves, 19 de julio de 2007

A carcajadas*

A Crispín, porque se lo ha ganado
A simple vista, cualquier persona que pasara por allí podría haber asegurado que el hombre que orinaba sobre la fachada de esa casa estaba borracho. Tan alegremente orinaba. Con risotadas voluminosas.

Sin embargo, Santiago Gutiérrez tenía la firme costumbre de no consumir nada que pudiera hacerle perder el control. Sólo bebía agua mineral sin gas y leche descremada. Y religiosamente se atragantaba con chocolatines de veinte centavos cada vez que la angustia parecía desbordarlo.

Como cuando era chico y no quería hacer pis en un arbolito cubierto por las espaldas de su mamá y dale, Santi, que otra vez vamos a llegar tarde. Pero, Santi que no, que no, y entonces había que hacer una pasada por la casa de la abuela o de la tía o de algún otro consanguíneo, porque de baños públicos ni hablar. Y, así, llegaban justo para escuchar la adorable voz de la recepcionista, entre afinada y gangosa, con eso de señora Gutiérrez van a tener que esperar un rato, porque el turno de y veinte llegó temprano y ustedes no estaban.

Lo peor de todo era que Santiago tenía una horrible tendencia a las caries y el desfile de dentistas se hacía interminable, porque una tenía las uñas muy largas, y me las clava, má, la otra olía esa cosa que me ponés para que no me piquen los mosquitos, aquel otro no quiere verme nunca más, mocoso llorón, me dijo. Los cálculos se tornaban imposibles, ya casi no quedaban dentistas sin conocer en Capital Federal; y la posibilidad de buscar uno en el conurbano quedó descartada cuando la mamá empezó a planificar un cronograma para que su hijo dejara de consumir líquidos al menos dos horas antes de la cita con el doctor.

Con un no se habla más del tema, cerró la discusión el señor Gutiérrez. Santiago iba a ir a ese dentista que le habían recomendado, fuese a gustarle a su hijo o no, iba a ponerse los aparatos, fuesen a molestarle o no, y se iba a dejar de joder con lo del baño, que ya es grande y tampoco es tan terrible mear con los compañeros del grado al lado. A partir de ese día, Santiago empezó a tener la lágrima más difícil y, de a poco, se acostumbró a hacer uso de los baños públicos. Era capaz de todo, con tal de no volver a hacer enojar a su papá.

Durante mucho tiempo, Santiago realmente hizo todo por cumplir con las exigencias familiares, era un hijo modelo. Sin embargo, detrás de tanto brillo podía notarse, a simple vista, que carecía de toda naturalidad y, si uno adentraba un poco más la mirada, se daba cuenta de que en realidad él nunca había estado allí. Se evadía, nadie sabía dónde. Como tampoco nunca supo bien, su familia, adónde se había mudado cuando dejó la casa paterna para ir a vivir con un amigo de la facultad.

Todo fue casi natural, hasta el día en que ocurrió la imagen de Javier y la puerta cerrándose detrás del no va más; no quiero seguir ocultándome. Los ojos de Santiago volvieron a llenarse de lágrimas, como antes, pero más que nunca. Noches enteras con los dientes apretados. El protector bucal que le reducía el bruxismo por el inodoro, a pesar de que eso fuera un verdadero pecado para un estudiante de odontología. Las tersas manos de Javier habían tomado el molde, lo recordaba muy bien. La pasta se había esparcido por detrás del sujetador hacia su campanilla y, entonces, el ahogo. Las tersas manos se habían acercado, la respiración de Javier soplaba en el rostro de Santiago. El molde liberó su boca. Entonces, labios, calor, humedad y, ahora, el ahogo.

Fingir siempre había sido una de las habilidades de Santiago. Sin embargo, ese día, en la casa paterna, parecía no tener resto alguno para seguir fingiendo. Era como si el guiso de lentejas que había preparado su hermana hubiera tenido un efecto euforizante. Le confesó al padre que era gay. El padre lo miró fijo a los ojos, a los ojos de ese chico que tantas veces había retado para que no llorara y solamente se escuchó el susurro de un ya lo sabía. Santiago y su hermana estaban hechos piedra. El padre sacó un cigarrillo, el encendedor y creo que siempre lo supe. Santiago quiso abrazarlo. El padre lo frenó con un gesto, encendió el cigarrillo, aspiró, y sopló que iba a llevarle un buen tiempo acostumbrarse, ¿sabés? Tu mamá ya no está para ablandarme. Andá tranquilo; otro día hablamos.
Santiago salió como transportado por una nube y unas cosquillas en los pies comenzaron a instarlos a correr con frenesí. Sin darse cuenta, corría camino a la casa de Javier. Pero de tanta euforia, se había olvidado de los litros de agua que había tomado por tantos nervios previos y la vejiga le reclamaba por un poco de alivio. Frenó, giró dándole la cara al frente de una casa cualquiera de barrio de Monserrat, se bajó el cierre y comenzó a orinar, plácidamentre, con alegría. A carcajadas.
Mi nombre ya es meón.
*Nota de la autora: a esta canción todavía le faltan algunas notas y le sobran algunos silencios

martes, 10 de julio de 2007

Circense

Calva era la tía. Calvo, el hombro de ella donde la baba se enamoraba del ketchup y acababan fundiéndose en su meñique. Calvísima, la fortuna de la rueda en donde ellos tenían aire en el sexo. Y empelucados bailaban los enanos en una carpa levantada con las ilusiones que dejaban los niños cuando descubrían la calvicie de los monos, de sus manos, de sus vidas.

Mi nombre ya es pelucón.

sábado, 7 de julio de 2007

Fábula multiprocesada para niños de hoy

Sin embargo, la princesa estaba allí con un sólo objetivo: poseer al uniformado y morir. Renacer, luego, como un sapo y empollar plumas hasta convertirse en pavo (plebeyo, jamás real), y, justo antes de perder la cabeza de pulgar a manos de un leñador, envejecer de la forma más elegante posible... como una calabaza.
¿Y que será, entonces, del uniformado? Ser padre soltero de una gallina con cinco dedos en cada pata.
Mi nombre ya es el lobo feroz.

jueves, 5 de julio de 2007

Rock nacional

Sí, ya sé que me trabé. Hace varios días que no escribo. Sólo recuerdo. A veces lloro. A veces me olvido de por qué. Entonces, hago un repaso metal de mis planes, de mis miedos y de algunas cosas que me quedan (la bufanda y los guantes, sí).

Escucho su voz triste y me doy cuenta de que siempre nos preguntamos lo mismo. Pero, ahora me doy permiso de creer que voy a tener una vida muy feliz (sí, claro; me ayudan un poco para eso). Aunque, ¡pucha! el otro día no podía sacarme tus botitas de la cabeza. Y ese día en que te dije que no las ibas a necesitar. Tenía razón, cierto. Pero no de la forma en la que me imaginaba.

Ahora, sé muchas más cosas -me pasó mucha más vida por la venas- y, sin embargo, sigo tan curiosa como cuando escuchabas tus discos y yo te miraba fijamente y hasta que no me ponías los auriculares no dejaba de estudiarte. Ahora, también, me enojo menos: ya no tengo que aguantar tus caprichos de adulto negador de la realidad y mis berrinches de adolescente... negadora de la realidad.

En cambio, tengo una caja de madera con una chapita atornillada en la tapa. En la chapita están grabados tu nombre y una fecha. Tres años ya. Miro la caja fijamente un rato (¿a quién se le habrán ocurrido estas cosas?), la vuelvo a esconder de las miradas de las visitas y me siento enfrente de la computadora. Tardo aproximadamente tres minutos en elegir que disco voy a escuchar, me pongo los auriculares con rock nacional escapándose por los bordes de mis oídos y supongo que en ese momento me puse a escribir... total, ya sé que puedo verte cada vez que estudio mi cara frente al espejo.

Mi nombre ya es pañuelo.

jueves, 28 de junio de 2007

Crónica diaria


Hoy abrí la ventana y miré hacia la calle, porque sabía que algo diferente a lo que veo todos los mariangélicos días me esperaba. Y, entonces, su delicada piel roja chocó con mis ojos y su grito ahogado perforó mis lágrimas y recordé. Recordé dónde guardo un mechón de pelo del año ochentaicuatro y un diente enano del noventaitrés, el programa de la única vez que mi papá me llevó al cine a mí sola, una colección de estampitas y otra de estampillas y otra de monedas, y todo eso que ya...

Al fondo, muy al fondo, se abrió paso Rosita, ésa que me acompañó toda la infancia y que ahora -al igual que papá- yace en una caja de madera. Pero al menos, ni Rosita ni papá pasan el frío abandónico que se cala en un alguna-vez-querido peluche rojo y en quienes allí duermen, en la calle Viamonte.

Mi nombre ya es una foto callejera.

martes, 26 de junio de 2007

Dictamen de la Dirección Cancionera N°1

La autora de este blog, inscripta bajo el nombre de María Jimena González, está sentidamente en contra de los cólicos abdominales que lo obligan a uno a estar en reposo, sentir los dedos helados del médico sobre la panza calentita (la de uno) y lo ponen a dieta: liviana, sin papa, azúcar agregada y pan (porque... -en voz baja- dan gases). También declara firmemente estar en contra de regresar al trabajo después de un día tan descansado. En conclusión: el trabajo es lo que arruina el tránsito intestinal.
Mi nombre ya es el arriba firmante.

jueves, 21 de junio de 2007

En bondi

Un hombre y su botella tocan un timbre,
¿me estarás buscando para brindar?
Un perro pasa con su dueño perdido.
Cuatro ojos masculinos se pegan
a los bolsillos del jean de una rubia.
Perros hay en todos lados,
de los verdaderos, y de los otros.
Un uniformado azul sube al colectivo,
su gorra hace las veces de boleto:
asquerosa gentileza nacional.
Los deliveris escoltan al treintainueve
hasta desaparecer en alguna puerta.
Una pared grita: "Las esferas giran en el cielo...
ahora sos una de ellas."
¿Cómo esto en vez de un colectivo
resultó ser una nave espacial?
Vamos a tener que conseguir más oxígeno
(de algún lado),
¿alguien tendrá una flor?
Un pozo en el asfalto hace que recuerde
exactamente dónde está mi coxis,
y que por más poesía que le ponga,
es sacudido viajar en bondi.
Ya sobre Caseros, el ramal tres -el mío-
empieza a jugar carreras con el dos y el uno.
¡Señor piloto, mire que no lleva casco!
¡Y yo no tengo buzo antiflamas!
La avenida -la mía- me zumba,
me coctelea,
sólo me falta la aceituna
para ser un martini servido en mi casa.

Mi nombre ya es Bond.

martes, 19 de junio de 2007

El rincón del ojo inquisidor I

¿Existirá un súper héroe que luche contra las cañerías tapadas?
Seguro que tendría una lucha sin fin y en el medio del pecho una sopapa, aunque también podría tenerla en la cabeza. Lo de súper se debería a que viene al instante y lo de héroe, a que no te cobra. Pero siempre recibe bien media docena de buñuelos de manzana. Mejor que me ponga a cocinar, ¡que tengo una bañera que no desagota! y hoy pretendo ducharme sin un charco en los pies.
Mi nombre ya es tapón.

jueves, 14 de junio de 2007

Destelevisión

Atolondrado desfile de pechos y divismo,
la falsedad es la piedra fundacional
de semejante demodulador de nuestra cotidianeidad.
Cuando llega la pausa, no dejo preguntarme
por qué nunca recuerdo que mirar a
Tinelli me hace mal a la digestión.
¿La amnesia tendrá fines terapéuticos?
Entonces, la conciencia me grita
una máxima para recordar
ante cualquier paso en falso:
¡Apagá la tele y prendé la vida!

Mi nombre ya respira.

lunes, 11 de junio de 2007

Pisala

Hoy, tuve un minuto de mi cielo iluminado.
Quince, de un viaje en colectivo supersónico y en ojotas.
Un pucho a medias, con mi computadora, de tres minutos y medio.
Dos, de tu sonrisa post coito, mezcla satisfecha de picardía y regodeo.
Cinco, del frenético ejercicio de mi mano en una bolsa de pochoclos.
Once, del final de un partido de truco sin un ancho.
Veinte, de la ventisca polar que me persigue y me tiene sin oyuelos.
Ciento cuarenta y ocho segundos, de una procesión de flores.
Y, en tan sólo dos segundos de un duchazo torpe
-agua fría esquirlando mi espalda-, me di cuenta:
la droga más intensa es el pensamiento.
Cada instante en esa hora, me pegaba un aforismo de astrobiólogo:
“Cuando nuestro planeta personal se mueve,
lo hace desde el pecho y no desde la cabeza”.
Sin embargo, después de ocho horas de laburar con cerebro y corazón
(entidades inseparablemente funcionales a la vida),
elijo dejarlos colgados en el guardarropas
(numerito en la cartera para no extrañarlos)
y que mi mundo se mueva al ritmo de mis pies
abriéndose paso en la pista, sin otra ambición que
bailar hasta que ya no exista límite entre el yin y el yang.

Mi nombre ya es canción bailable.

lunes, 4 de junio de 2007

Fuera de foco

Su existencia transcurría tan sólo a través del obturador de la cámara. Ignacio era uno de esos que veían a la vida bailar delante suyo, ahí nomás, siempre radiante, siempre con otro, como las chicas de quince, o las novias, que fotografiaba usualmente para rejuntarse un sueldo.

Sin embargo, desde hacía un tiempo, su trabajo le resultaba insoportable. Si bien todavía le gustaba ver a la gente bailar -marcando los pasos de esa coreografía de mundos internos que se cruzan, de vidas que se tocan y se apartan-, el ardor en su estómago crecía a medida que acumulaba más y más caras felices-de-fiesta en la retina de su cámara.

Tres y media de la tarde. El cielo gris. En una calle, Ignacio buscaba el número 705, piso primero. Tocó el timbre y un antiguo compañero de clases le abrió. El loft que hacía las veces de vivienda y estudio de Esteban era impactante. La imaginación de Nacho no pudo evitar comparar su vida con la de Esteban: ciento veinte metros cuadrados no alcanzaban para contener todos los rayos de sol, equipos de última generación y restos de noche que formaban parte del universo con epicentro en la calle Darwin, mientras que apenas veinte centímetros cúbicos alcanzaban para los ojos de Ignacio.

Aparentemente, sacar fotos para las revistas para hombres es una pavada; y si tenés buenos contactos, podés ganar buena plata, le aseguró Esteban a Nacho, señalando a su alrededor por toda prueba. De todas formas, Ignacio estaba nervioso, la única vez que había fotografiado a una mujer desconocida completamente desnuda había sido en una clase de retratos artísticos. Y la única mujer cercana (íntima) que se había atrevido a desinhibirse por completo frente a su ojo artificial había sido Paula.

Esteban lo calmó un poco recordándole que esto era una prueba sin ningún tipo de compromiso. Él haría las fotos pedidas por el cliente -primero-, para que viera como se trabajaba en ese ambiente, y -después- Nacho podría hacer las tomas que le surgieran en el momento. Además, le aclaró que lo había llamado porque vos, tenés talento, flaco y que no se hiciera tanto rollo, que estas chicas, tímidas, no son. Le alcanzó una cerveza y Nacho sujetó el porrón, lo acercó a sus labios, pero no bebió.

Alrededor de las cuatro, llegaron la modelo y su manager. Para Nacho, la única diferencia entre ellos era que, ese hombre con aire de jugador empedernido de ruleta lo ignoró sutilmente, mientras que la chica con aire de conductora de programa nocturno de venta telefónica lo ignoró plenamente. Él no existía para ella.

Aunque, quizá, fue lo mejor; gracias a eso Ignacio pudo compenetrarse con su instrumento sin ningún tipo de nerviosismo: era el ojo que todo lo ve sin ser notado, se sentía el panóptico absoluto, la mirada de un ángel que espía a una Eva en su paraíso y captura el momento iniciático de una concatenación de tentaciones realizadas, una instantánea del pecado original de Agustina... que mordía, ahora, una manzana saboreada dulcemente, con la boa al cuello todavía, ignorante de todo a su alrededor.
Mi nombre ya es una mirada.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Bowling

Estoy de vaga. Las ideas estuvieron jugando al bowling en mi cabeza todo el día, mi puntería es débil y los zapatos que tengo son ojotas resbalosas. Debe ser el frío que está aturdiendo mis posibles respuestas. Sabía que iba a ser un día horrible. Desde ayer a la noche. Desde que ella me dijo que quería morirse. Eso también lo sabía de antes. Eso también me duele de antes. Eso y no poder convencerla. Será que heredé su cabezarudismo de no dejar que nadie flote sin alas. También heredé sus manos, pero no sus nudillos. Y su costumbre de cantar para darme ánimos. ¿Alcanzará con las canciones de Frank Sinatra que conozco? Quizá sólo sea cuestión de recurrir a todos los discos de Los Beatles (¿incluidas las canciones tristes?), incluidas las canciones tristes, las melancólicas, las de la separación. Cuanto más cante, más rápido va a llegar el día en ella se despierte con ganas.

Mi nombre ya está cantando, y cruzando los dedos.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Volver

Ando ruteando la ciudad. Vivo cubriendo la inconmensurable distancia que puede haber entre mi antigua vida, compartida palmo a palmo con la estimada señorita soledad, y mi contemporaneidad, felizmente rebalsada por los besos del señor Monrroy (¿por qué estarás llegando tarde? No te habrás quedado dormido, ¿no?). Y cuento los minutos. Y me duelen las orejas del tirón. Las bromas me reclaman que comparta mis sonrisas con quienes estuvieron en el fondo del océano conmigo, cuando las únicas luces eran ellos, cuando aprendí a hacer nudos para toda la vida. Nudos que bañé con más lágrimas de las que jamás podría contar y nunca cedieron ni un poquito. Nudos en los que hamacaba, auque no fuera más que por un rato, los bloques de cemento que taponaban mi fluir de sangre. Nudos que bendigo hoy, y siempre. Porque podré ausentarme por unos días, unas semanas. Sólo para que el regreso me convierta, a mí, en un nudo más fuerte, capaz de soportar cualquiera de las tempestades que atraviesen aquellos que me consideran su amiga.

Mi nombre ya es timón.

lunes, 21 de mayo de 2007

La distancia entre escritorios

Debería llegar a la oficina a las 7.55 de la mañana. Sin embargo, todos los días se las arregla para empujar la puerta de entrada giratoria a las 6.30, en un esfuerzo sobre humano por no llegar a las 6 en punto, momento en que el edificio apenas acaba de levantar su inmenso párpado enrejado. Qué hace durante esa media hora, en la que sólo comparte el tercer piso con los libros y sus estampitas, nadie lo sabe. Verónica tiene fundadas sospechas de que intenta encontrar algún cajón sin llave y espiar en la vida de aquel que cometió semejante descuido (o acto de coraje, depende). Hasta ahora, nadie recuerda queja alguna por la falta de implementos. De todas formas, no creo que tenga alma de ladrona (o que alguien le haya dado la oportunidad), aunque sí de golosa, por la inevitable sucesión de chocolates, alfajores, facturas y budines, en su escritorio, bien vigilados por el afro impecable de la imagen de Sai Baba. Sí, ella es confesa “babista”. Y también cree en Santa Teresa. El otro día, una compañera le prestó, por una semana, una imagen de la Santa, traída desde Tucumán. Dicen que cumple los pedidos de los que le rezan todos los días. Ella se la pidió una semana más. Y no hay que olvidar su devoción por sus ritos: insultar en un murmullo a todos los empleados nuevos; controlar que la computadora esté apagada; los cajones, cerrados; y que su vida tenga sentido. Tanto sentido como cuando se queja de que no tiene nada para trabajar y gruñe, como cuando le dan un par de hojas para que tipee (y gruñe). Tiene el poco delicado encanto de esos animales que no dejamos de mirar, por lo mucho que nos repelen. Algunos en la oficina le temen, otros sienten rechazo. Oscar no quiere ni acercarse, le recuerda a su trabajo anterior. A mí no deja de sorprenderme lo escasas que nos quedan, a veces, las clasificaciones humanas. Ella tiene muchas creencias, pero hace rato perdió la fe.

Mi nombre ya es un ojo en la tormenta.

A la cama

Te daría todos mis sueños. Sí, a vos. A vos que estás leyendo y no entendés porque alguien te regalaría una sucesión de elaboraciones inconscientes nocturnas (las elaboraciones diurnas las guardo en un cajón del escritorio en la oficina). Te los doy, porque conmigo no florecen; sólo consigo hacerlos brotar de bichos y entonces sacudo la cabeza porque se me vienen encima, como ruedas de llantas rojas y rayos blancos, que enseguida cambian de forma y son las blancas patas de arácnidos que tanto me despiertan sobresaltada, como el otro día cuando, con efecto de cachetazo, salí de mis sueños, pensando en el significado de la vida y en por qué no soy otra persona, qué gracia tiene ser yo y, entre tosido y tosido, terminé tomando agua en el baño y puteando al protector bucal que uso por las noches, porque duermo con la boca abierta y trago mal la saliva, y el ahogo moribundo me despertó con saludos desde el más allá, aunque tampoco me gustan los saludos desde el más acá cuando me despierto con la revelación de que estuve corrigiendo la biografía de Bertrand Russell entre los brazos de Morfeo. Y mejor los tenés vos, sí, vos que estás leyendo y no entendés porque alguien te regalaría un sucesión de semejantes patas de elefantes, pero conmigo se pudren y en versión letras titilan y mejor que titilen acá, así ahora puedo dormir, en serio, dormir.

Mi nombre ya es 489 ovejitas saltando en la pradera.

viernes, 18 de mayo de 2007

Dialéctica urbanoamorosa

pero sin vos
las avenidas no tienen luz
los perros desnutridos abundan
y los semáforos en rojo me duelen
porque mi mano sostiene tu ausencia

pero con vos
hasta las máquinas boleteras sonríen
la fortuna riega los pasillos del subte
y desconozco el color de las bocinas
porque lo único que escucho son tus labios

entonces nosotros
tenemos un guiño con los kioscos de diarios
fileteamos sueños en las ruedas del sesenta
y las luces de la autopista nos besan
porque pintamos nuestro amor con asfalto

Mi nombre ya está enamorado.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Cotillón

...y mi amiga color ciprés no está.
Entonces, me río con risa que no es prestada,
que no estalla, pero retumba,
porque está fuera de práctica,
porque ya no soy una nena,
y los besos que me da la vida
son todos ganados
a fuerza de no comer caramelos bolita
y de soplar globos para los demás.

Mi nombre ya es papel picado.

lunes, 14 de mayo de 2007

Sordera

Si yo tuviera buen oído,
entendería eso que cantan,
las notas que mi hermano
dice en su guitarra;
conocería el murmullo
de las patas de las moscas;
contaría mis historias para tus oídos,
en vez de hacerlo para tus ojos.
¿Será por no escuchar
el silencio de tus regalos?

Prefiero que la gente
eleve el tono de sus caricias
cuando me habla,
a tener las olas encerradas en mi cabeza,
alejándome del ronroneo de sus voces.
Es que tengo los oídos ciegos,
un día les puse gotas para los ojos
y dejaron de llorar.
Pero, déjalos así.
Ahora se ríen mejor que antes.

Mi nombre ya es una canción desafinada.

martes, 24 de abril de 2007

En Italia no se consigue

Los italianos tienen un dicho “un buon giorno si vede dal mattino”. O sea, “un buen día se ve desde la mañana”. Como en Argentina tenemos un huso horario distinto al de ellos, debe ser por eso que acá eso no funciona. O, como diría mi mamá: “para prueba basta un botón”.

Escuchar el despertador todas las mañanas suele ser, para mí, el acto más barbárico que existe en la faz de la Tierra (al menos en ese momento, no vayan a pensar que no conozco actos más barbáricos). Sin embargo, hoy no me dolió tanto. Y eso que me desperté más temprano que de costumbre. Pero en la cama de mi novio, la vida la veo de otra forma.

Además, no tenía que pasar por esa lucha tan cotidiana de tener que pensar qué me pongo y el taper con la vianda ya lo tenía listo. ¡Encima me llevaban en auto al laburo! Todo perfectirijillo, al decir de Ned Flanders. Todo hasta que llegamos cerca de la General Paz y su tránsito lento por vaya-uno-a-saber-qué enésimo arreglo en los carriles de acceso a la Capital.

Increíblemente, llegué en horario al trabajo (cosa que, saliendo desde mi casa, que está infinitamente más cerca de mi trabajo, nunca sucede). Mi jefe chocho de la vida, porque por una vez no tenía que tirarme una indirecta más que directa. Y yo, chocha de la vida porque alguien cumplía años y había algo rico para acompañar mi café con leche del desayuno. Pero lo bueno nunca dura; o algo así es lo que dicen, ¿no?

Me olvidaba (o no tenía lo suficiente presente) que me tocaba el laburo más pesado y somnoliento del mes: corregir el boletín de la AFIP. Como podrán imaginarse, el nombre ya induce al sueño. Y ni hablarles de las chichis de la AFIP, las que supervisan mi trabajo, que son la cosa más le-busco-el-pelo-al-huevo que hay en este mundo. A veces pienso que su hobby por estos días es tratar de amargarme la vida a mí (para amargarle la vida al resto del país están los inspectores, ¿vieron?). Así que después de una mañana muy apelmazada, siguió una tardecita complicada: llamados con sus quejas por un lado, el apriete de mis jefes por el otro y, casi terminando la jornada laboral, descubrir que me había mandado un moco que bien podría haber hecho rodar mi cabeza. Sin embargo, las demoras de otros sectores que son los que dan la última palabra y la firme sensación de que San Fortunato siempre me está mirando de reojo, hicieron que zafara. Y, junto conmigo, algunos compañeros más. Pero yo más que nadie, porque “la culpa es siempre del corrector” (antiguo refrán editorial, por si no lo sabían).

Salí, casi como si me estuviera “corriendo el diablo”, hacia mi clase de italiano, tratando de dejar semejante estela de mal humor por el camino. Y me di cuenta de que todavía no me acostumbro al cambio climático entre el subte y la calle (o la editorial y la calle, o el tercer piso y los otros pisos, o el mínimo sector de mi escritorio y el resto del piso), pero a eso no hay con qué darle (lo único que espero es que, si me termino enfermando, sea cerca del fin de semana, así tengo unas mini-vacaciones). Había manifestación, pero estando a pie...¡qué la gente siga manifestando!

Lo curioso, ya en el recreo de la clase, es que lo que me terminó consolando de todo mi estrés laboral fue la cara de la chica que atiende en el barcito donde me compro un cortado. Siempre es la misma: de culo. Es increíble, pero en lo que va del año, siempre la veo atender a los clientes con una mala ooondaaaaa. No sé que tendrá de tan terrible su trabajo, pero difícilmente puedo pensar en que solamente sea eso. O, quizás, es solamente su cara y por dentro la chica es “de mil amores” (mmmm, me parece que tanto café me afectó el cerebro).

Ya sé, ustedes dirán, “mal de muchos consuelo de tontos”, pero en este caso, es una sola la que tiene el mal (o la mala cara, para ser más precisa), y francamente yo empecé a sentirme mejor en ese momento. Tanto que, incluso no me importó, cuando me tomé el colectivo, que el último asiento libre lo ocupara el pibe que subió justo adelante mío. Lo único que me importaba era llegar a mi casa y a las milanesas de mi vieja.

Moraleja: “serás lo que debas ser y sino...”...sino te comprarás un título universitario trucho vía internet; que al final, los refranes y las frases hechas mienten. Pregúntenselo a los italianos sino.

Mi nombre ya es un refrán.

domingo, 25 de febrero de 2007

Yorugua

Debo admitir que es que no tenga nuevas ideas últimamente; las tengo. Pero, por primera vez en mi vida, estoy más ocupada en disfrutar de mis sentimientos con cada milímetro de mi ser (existencialista) que en tratar de plasmarlos en una pantalla o sobre el papel. Sin embargo, no quiero andar mezquindándole a los demás toda esa poesía en la que vivo, así que, hoy, he recurrido a un grande para que pinte aquello que mis ojos bebieron y que me emborrachó de belleza en las vacaciones. (El resto de la borrachera de felicidad se la debo a Diego... pero eso lo dejo para otro día.)


Oda al Uruguay

“...Uruguay es palabra de pájaros, o idioma del agua.
Es sílaba de una cascada, es tormento de cristalería.
Uruguay es la voz de las frutas en la primavera fragante,
Es un beso fluvial de los bosques
Y la máscara azul del Atlántico.
Uruguay es la ropa tendida en el oro de un día de viento.
Es el pan en la mesa de América,
La pureza del pan en la mesa.”
Pablo Neruda

Mi nombre ya es chivito uruguayo.

martes, 20 de febrero de 2007

Un nuevo día

...y entonces me acuerdo de que, el sábado, Rotman repetía dóndeestálafelicidaddóndeestálafelicidaddóndeestálafelicidaddónde... y en la tele pasan "Perdidos en Tokio" y pienso en que te gustan las películas de Sofía Coppola. Ceno con vino y me dispara una sonrisa, porque a vos no te gusta y tuviste que fingir con tu padrino en Entre Ríos. Mientras, lucho con mis labios hinchados para tratar de meter un pedacito de milanesa en mi estómago y me pregunto si a vos te gustarán las milanesas tanto como a mí. Entonces, quiero contarte todo esto y dónde estarán las lapiceras que siempre andan dando vueltas por mi casa que, ahora, no las encuentro y habrá un pedazo de papel por acá (bah, mejor me robo una hoja de la pila para imprimir), y aquí estoy, otro día empieza y yo lo empiezo escribiéndote a vos. Pruebo con el sorbete nomás, pero mis labios siguen sedientos de vos, ansiosos de vos... y acá está la felicidad, dijiste.

Mi nombre ya es tuyo.

domingo, 18 de febrero de 2007

Y entonces llegó el domingo

¿Cómo besar a alguien a través de una patalla? ¿Cómo hacer vibrar a alguien a través de tipografías cotidianas? ¿Cómo no sentirme inevitablemente desnuda frente a tus ojos? Vos sabés cómo. Y también sabés lo relativo que puede ser todo cuando alguien te regala una nueva mirada. En verdad, puedo haber tenido muchas vidas, pero ninguna existencia ha sido (ni será) tan plena, feliz y real (no puedo dejar de repetirme que esto es real y me está sucediendo a mí) que esta existencia a tu lado. No dejo de rezarle a mi suerte diciéndole que la vida dieciséis es la vencida.
Y, ¿sabés qué? El vacío ya no existe. La nada se esfumó. El tiempo puede variar en su paso. Pero, desde el día en que me besaste, la estimada señorita soledad me dijo adiós. Y el domingo, que era el día inexistente, el del soliloquio devorador, se transformó en el dulce despertar de aquellos sueños que me prohibía bocetar siquiera, y que ahora deslizo tímidamente en el teclado. Tu mirada me da coraje, me da vida.
Mi nombre era canción, nuestros nombres son sinfonía.

lunes, 22 de enero de 2007

Mundo de sensaciones

Tengo una acidez que me quema hasta las ganas de escribir. Tengo deudas de fotos con la mitad de mis amigos. Tengo una gata que gusta de tirarse de lleno adentro de la heladera. Tengo media idea que no me deja dormir; un cuarto demasiado iluminado, que no me deja dormir; y un octavo intento por despejarme de los mosquitos, que no me dejan... dormir. Pero, no soy insomne, sólo debería dejar de fumar y dejar de pensar en que ojalá se esguincen todos los misóginos del cuarto piso que no me dejan jugar a la pelota con mis compañeros. ¿Cuánto falta para que me vaya de vacaciones?

Mi nombre ya es balón.

sábado, 13 de enero de 2007

¿De qué gusto tenés?

A veces me pregunto para qué escribo lo que escribo, si alguien lo encontrará remotamente interesante, si no será un intento de pose en un casi completo universo cibernético de poses (es mejor dejar un huequito para algún que otro caído del catre que se muestra verdadero frente a millones de personas que usan apodos como “gavilucho”, “mimosita20”, “sailormena” o “gerontoro”).

Después, me rebota en el cerebro, eso que me remarcan mis amigas, de que incluso la no-pose es una pose. Y, al ver que esto es un asunto sin salida, busco consuelo en un chupetín de uva, que succiono como si quisiera que un golpe de azúcar me despabilara las neuronas que lloran por los rincones su falta de ingenio.

A pesar de notar el curioso parecido que tiene el sabor de uva con el de cola, el chupetín surte su efecto cuando me doy cuenta de que escribo porque me gusta y si lo comparto es porque necesito hacer una especie de catarsis con propios y extraños. Es que la terapia no alcanza (y menos va a alcanzar si la línea D está cortada y yo me entero a último momento, justo cuando tengo que llegar a la otra punta de la ciudad en veinte minutos) y, ahora que cambio canales, descubro que, en verdad, esto es mucho más real que un programa en donde encierran a dieciocho desconocidos en una casa, sin nada para hacer más que tomar sol y sacarle el cuero a los demás con menos ingenio que el guión de Frijolito.

Hasta me animaría a decir que, un reflejo más interesante de la realidad sería armar un reality show con ocho empleados de una casa de comidas, vestidos de empanadas gigantes bailarinas, abordo de una camioneta que recorre la ciudad, tratando de ganar el único ascenso disponible para pasar detrás del mostrador, con una sonrisa acalambrada, y dejar así de cagarse de calor en pleno enero en Buenos Aires. Nada más, ni nada menos.

Mi nombre ya es ficción.

martes, 9 de enero de 2007

Sudor

Finalmente, estoy exhausta y con la felicidad tomando posesión de mis músculos. El sabor de la traspiración en mi piel fue más fuerte hoy que nunca. Mis pulmones recordaron como era respirar sin corsés de preocupaciones, y la quemazón en mis rodillas fue sólo un indicio de que, a veces, soportar el dolor puede acabar en algo placentero.

Hace mucho tiempo que añoraba esta sensación, años, casi. El aire caliente del verano no hacía más que tentarme. No tener compañía lo hacía más difícil. Sin embargo, se me ocurrió probar algo que la tecnología de antes no me permitía, o no lo hacía como debía: punk rock al taco en mis oídos. Nada de lo que pudiera decir la gente a mi alrededor podía desalentarme de hacerlo. El parque era todo mío. El asfalto bajo mis zapatillas era el camino hacia el Edén.

Hoy, salí a correr. ¿Qué estabas pensando?

Mi nombre ya es gatorei.

lunes, 1 de enero de 2007

Primero

Hoy, según el calendario gregoriano, estrenamos año. Y yo estreno una nueva cifra a continuación de la categoría Edad: 26. Y estreno un par de botellas de sidra, y una remera roja que me regalaron, y una sonrisa de sandía que chorrea por las comisuras y los dedos también, y un huequito en el cielorraso producto de un corcho a propulsión, y un nuevo amor por mis amigos, y dos duchas necesarias por los cuarenta y tres de térmica. Ah! Y una nueva actitud frente a la vida: ser más agradecida por todo lo que me rodea, porque estoy empezando a darme cuenta de que es maravilloso.
Brindo con todos ustedes porque lo maravilloso forme parte de sus vidas, aunque sea a partir de hoy.

Mi nombre ya es una fiesta popular.