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jueves, 11 de marzo de 2010

Live from Santiago

Este puede ser el relato de una ebria. Esa ebria bien puedo ser yo. Pisco estaba tomando en la madrugada del sábado. Sentada en el piso de madera con las piernas cruzadas. Ahí fue cuando sentí el tren pasar por debajo de la casa. Pero allí no había tren. Había tierra que cruje. Y una amiga que avisaba que era un temblor. Mi primer temblor. Y mis otros amigos que tampoco se alteraban ni dejaban sus vasos con pisco. Hasta que el primo de mi amiga nos dice que mejor nos paremos. Y lo seguimos. Nos quedamos bajo el arco de una puerta.
Los gringos que dormían en el primer piso, a esta altura, ya no duermen y bajan la escalera alterados. Sus caras no entienden lo que está pasando. Quizá yo tampoco, pero no estoy pensando. En serio, no estoy pensando. Quizá es el cansancio. Quizá es el pisco. Quizá es el instinto de supervivencia que me dice que mejor no piense.
Nos seguimos amontonando bajo el arco de la puerta que está en un pequeño pasillo a la entrada del hostel. El jarrón con flores se sacude hasta caerse del mostrador de la recepción. Uno de sus pequeños vidrios va a parar al pie de Kieran. El temblor es cada vez más fuerte. La tierra parece tener Parkinson. Y no hay pastilla que pueda hacerle efecto. Quizá esto sea lo único en lo que estoy pensando.
La luz eléctrica no aguanta más y nos abandona. Ahora ya me asusté. Pocos segundos más, y el temblor cesa. Casi como persiguiendo a la luz. El primo de mi amiga vuelve a dar órdenes: hay que salir. Hay que buscar, entonces, la llave salvadora de entre un manojo grande. Y yo, que suelo ser buena haciendo caso, encuentro la llave, aunque todavía no entiendo por qué. Aun así, les comunico a los gringos, en un inglés nervioso, que hay que salir. Y alguien explica que puede venir una réplica, que seguramente será bastante fuerte.
"¿Llamaste a tu mamá?", se repiten los chilenos los unos a los otros. "Esto se debe haber sentido en varias ciudades". Mientras, el polaco cuenta que al principio pensó que un camión muy grande estaba pasando en la calle frente al hostel y yo sigo impávida. Como si mi cabeza estuviera demasiado sacudida como para funcionar.
Sin embargo, todo encontró su fundamento, su sentido y su explicación cuando alguien dio la definición sencilla y concreta de lo sucedido. Cuando alguien mencionó una palabra ausente hasta entonces. Alguien dijo: "Esto fue un terremoto". Y, con esa última palabra, todo el pisco que había tomado antes se evaporó.
Mi nombre ya es sísmico.