A César, quien me hace reflexionar sin querer queriendo
Hace poco, un intercambio epistolar con un amigo me forzó, casi como un estornudo, a dejar salir qué es lo que pienso sobre el proceso de escritura. Me sorprendió lo rápido que el concepto encontró su definición según mis palabras. Fue como si desde hace tiempo hubiera pactado conmigo misma que ya tenía una respuesta a la pregunta “¿qué es lo que usted cree sobre el proceso creativo de un escritor?” y que ésta sólo sería dada cuando la pregunta fuera otra, cuando el contexto fuera “¿cómo estás? Hace mucho que no nos vemos ¿Cómo va el taller literario?”.
Y, así, en medio las cotidianidades que se comentan los amigos, esto fue lo que le escribí: “Lo de la escritura es un proceso impredecible. Yo creo que uno incorpora las cosas como de golpe, cuando se distrae y el inconsciente toma el poder de la embarcación. Con suerte, cuando la parte consciente retoma la conducción, uno se da cuenta de que esas ideas son buenas y lo único que hace es pulir con delicadeza y no recortar con guadaña. La práctica es lo mejor de todo. La práctica por el solo hecho de tratar de resolver una cosa, claro. Nada de querer escribir una gran obra. Eso no sirve”.
Mi nombre ya es definición.
Y, así, en medio las cotidianidades que se comentan los amigos, esto fue lo que le escribí: “Lo de la escritura es un proceso impredecible. Yo creo que uno incorpora las cosas como de golpe, cuando se distrae y el inconsciente toma el poder de la embarcación. Con suerte, cuando la parte consciente retoma la conducción, uno se da cuenta de que esas ideas son buenas y lo único que hace es pulir con delicadeza y no recortar con guadaña. La práctica es lo mejor de todo. La práctica por el solo hecho de tratar de resolver una cosa, claro. Nada de querer escribir una gran obra. Eso no sirve”.
Mi nombre ya es definición.