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viernes, 15 de agosto de 2008

Preguntas colectivas

“¿Para qué sirve la risa?”, le preguntó una chica a su amiga en el colectivo. Y, como si la pregunta me la hubieran hecho a mí, no pude dejar de improvisar respuestas mentales que combatieran el estupor que me invadía.
“Para que la chica que está a mi izquierda no siga intentando contener sus lágrimas”, diría mi costado solidario. Es que está algo preocupado por ver que la chica de al lado se aferra a uno de los caños del colectivo como último sostén de una relación casi rota a través de los mensajitos de texto. Ya desde antes de subir al 10, recibía y enviaba mensajes por medio su celular, continuamente, hasta ahora, momento en el que parece que la dejaron sólo con fuerzas para disimular su pena.
“Porque es linda”, me respondería mi sobrina si le preguntara.
“Porque es linda”, me respondería mi mamá si le preguntara.
Y decido no imaginarme qué es lo que me respondería el resto de mi familia por temor a no encontrar ninguna respuesta a este dilema, y encima sumarle la búsqueda de cuáles son las definiciones de lindura o belleza en el imaginario popular.
Le preguntaría a mi gata, suponiendo que, a raíz de su simpleza, podría tener la solución a una cuestión tan elaborada. Entonces, me doy cuenta de que los gatos no ríen, claro, como si les hiciera falta. “Porque es necesario”, concluiría mi lado más lógico, no sin gotas de mi parte más pesimista.
Aunque si por eso fuera, esa parte de mí diría que es una acción que nos concede la naturaleza para soportar todas las miserias humanas, que el resto de los animales ni imaginan siquiera. La risa sería una suerte de Esperanza escondida en el fondo de la Caja de Pandora. A lo que mi pensamiento más místico retrucaría que es una concesión divina para mostrarnos más a su imagen y semejanza. ¿Se reirá Dios de nosotros? ¿Se reirá con nosotros? Mejor ni averiguo cuál es la parte de mí que profundiza en estas preguntas.
Justo en ese momento, mi corazoncito de correctora empieza a latir febrilmente, ansioso por llegar a casa para buscar la definición de la Real Academia Española. ¿Me serviría de algo eso? ¿Qué podría decirme que no sepa? Seguramente algo como Risa: 1. Movimiento de la boca y otras partes del rostro, que demuestra alegría // 2. Voz o sonido que acompaña a la risa // 3. Lo que mueve a reír.
No, eso no me sirve de nada. Mejor, también, suprimo mi impulso biologicista de buscar la risa en alguna enciclopedia médica o algo que se le parezca.
Mi cerebro decide, entonces, que es momento de dejar semejantes elucubraciones mentales. Es martes y las diez de la noche no son horas en las que quiera seguir quemando los pocos cartuchos neuronales que me quedan. La duda quedará, así, conmigo, hasta que decida hacer un ensayo con ella o pasársela a alguien con distintos costados a los míos.
El cerebro se me apaga y mis oídos vuelven a conectarse con el resto del colectivo. La chica de la pregunta sigue hablando con su amiga.
“Yo también puedo reírme”, dice ella.
“Yo también”, digo.

Mi nombre ya es preguntón.

miércoles, 6 de agosto de 2008

No sé si soy poeta, pero me la aguanto

Lunes infeccioso. Mis venas se llenan con su esencia. Ni con una intravenosa de cafeína logro contrarrestar su avance. Los síntomas ya son palpables: me chorrean las ojeras, me escalofrían los huesos y la música depresiva entra por mis oídos. Ni Thom Yorke me salvará de ésta.

Mi sueño es indefinido. Las frustraciones laborales se acumulan y tengo ganas de convertirme en el señor Jeckyll que todos llevamos dentro. Ella me provoca con su silencio. Quiere que me enfurezca y falle. Quiere que los errores pasen indemnes por mi ojo adiestrado. Lo nuevo no llega, pienso. Sigo atrapada en mi vieja actitud y en la mirada ajena. Y todo empeora mi ánimo enfermo porque sé que mi hermano bufón no está. Me faltan sus bromas inocentes que me desmodorran y me simpatizan. Ni todo Radiohead me salvará de ésta.

Hoy no es lunes y, sin embargo, no soy lo suficientemente fuerte para resistirlo. Ya he acumulado una considerable cantidad de noes y me bastaría tan solo un sí para no querer tirar este día a la basura. Mientras espero (lo que sea, pero espero), releo en mi cuadernito eso que dice que todavía puedo surfear en las olas de la indiferencia sin perder ni una sola gota de mi fuerza.

Mi nombre ya es una semana rara.