minombreyaescancion@yahoo.com.ar

lunes, 20 de noviembre de 2006

Vuelta de Obligado

Después de un fin de semana en las trincheras, es tiempo de salir a dar batalla, incluso contra la tos y la bronquitis amenazante que no tengo ganas de padecer. Y qué mejor forma de sentirme renovada que hacer caso a uno de esos ataques de “hoy me doy bola a mí y no tanto a los demás que me andan ocupando muchas horas del día últimamente”.

Así que, antes de apoyar mis asentaderas frente a la compu de casa, decidí apoyarlas en el sillón del peluquero para dejar de sentirme tan mal todas las mañanas, cuando llego al trabajo con las mechas como recién sometidas a 220 watts, avergonzada frente a esas cabelleras como salidas de una publicidad de pantene de mis compañeras de laburo.

Aunque debo reconocer que, el mayor esfuerzo fue tener que esperar unos cuarenta minutos en la peluquería, con tanta revista careta alrededor y tanto fashion tv mezclado con conversaciones de voces nasales zumbándome los oídos. ¡Creí que la mitad de mis neuronas se estaban poniendo de acuerdo para cometer un suicidio en masa! (La otra mitad estaba demasiado atontada como para poder razonar algo más que éste es probablemente el café más feo que haya probado jamás).

Sin embargo, ni bien la tijera comenzó a separarme de algunos de mis cabellos, tuve la maravillosa sensación de que era como si estuviera desprendiéndome de mis preocupaciones, de mis mambos, de mis rencores. Así, la cuenta me empezó a dar saldo positivo: no más pensamientos inútiles que me distraigan, no más quisiera poder hacer algo con mi cabello y ahora sí cientos de minutos ahorrados a la hora del baño con lavado de cabeza que quizá me permitan, incluso, plancharme las remeras y dejar de parecer una harapienta. Quién sabe ahora empiece a escribir bien, por ahí tanto pelo me atrofiaba la talentófisis (¿no la conocen? es la glándula secretora de talento; sí, sí, es secretora porque nadie sabe bien dónde está).

Ah! Me olvidaba. La verdadera moraleja de todo esto (porque hoy le encuentro moraleja hasta a un corte de pelo) es que pasar por la peluquería tiene el don maravilloso (para bien o para mal, dirán algunos) de hacer que la gente no te pregunte “¿Cómo estás? Me enteré de lo que te pasó”, cuando lo que te pasó puede ser que te atropellaron el perro, tu mamá te dijo que era lesbiana y traía su novia a casa, el viejo verde de tu jefe se te tiró un lance, tus fotos más ridículas fueron publicadas en la net y son lo más visitado del día, tu peor enemiga se puso el mismo vestido que vos en el cumpleaños de ése que vos (y sólo vos) comparás con Brad Pitt, y en vez de eso te diga con gesto cómplice “Vos, te hiciste algo en el pelo, ¿no?”.

Hoy, más que nunca, mi nombre ya es canción.

No hay comentarios.: