Sí, ya sé que me trabé. Hace varios días que no escribo. Sólo recuerdo. A veces lloro. A veces me olvido de por qué. Entonces, hago un repaso metal de mis planes, de mis miedos y de algunas cosas que me quedan (la bufanda y los guantes, sí).
Escucho su voz triste y me doy cuenta de que siempre nos preguntamos lo mismo. Pero, ahora me doy permiso de creer que voy a tener una vida muy feliz (sí, claro; me ayudan un poco para eso). Aunque, ¡pucha! el otro día no podía sacarme tus botitas de la cabeza. Y ese día en que te dije que no las ibas a necesitar. Tenía razón, cierto. Pero no de la forma en la que me imaginaba.
Ahora, sé muchas más cosas -me pasó mucha más vida por la venas- y, sin embargo, sigo tan curiosa como cuando escuchabas tus discos y yo te miraba fijamente y hasta que no me ponías los auriculares no dejaba de estudiarte. Ahora, también, me enojo menos: ya no tengo que aguantar tus caprichos de adulto negador de la realidad y mis berrinches de adolescente... negadora de la realidad.
En cambio, tengo una caja de madera con una chapita atornillada en la tapa. En la chapita están grabados tu nombre y una fecha. Tres años ya. Miro la caja fijamente un rato (¿a quién se le habrán ocurrido estas cosas?), la vuelvo a esconder de las miradas de las visitas y me siento enfrente de la computadora. Tardo aproximadamente tres minutos en elegir que disco voy a escuchar, me pongo los auriculares con rock nacional escapándose por los bordes de mis oídos y supongo que en ese momento me puse a escribir... total, ya sé que puedo verte cada vez que estudio mi cara frente al espejo.
Mi nombre ya es pañuelo.
Escucho su voz triste y me doy cuenta de que siempre nos preguntamos lo mismo. Pero, ahora me doy permiso de creer que voy a tener una vida muy feliz (sí, claro; me ayudan un poco para eso). Aunque, ¡pucha! el otro día no podía sacarme tus botitas de la cabeza. Y ese día en que te dije que no las ibas a necesitar. Tenía razón, cierto. Pero no de la forma en la que me imaginaba.
Ahora, sé muchas más cosas -me pasó mucha más vida por la venas- y, sin embargo, sigo tan curiosa como cuando escuchabas tus discos y yo te miraba fijamente y hasta que no me ponías los auriculares no dejaba de estudiarte. Ahora, también, me enojo menos: ya no tengo que aguantar tus caprichos de adulto negador de la realidad y mis berrinches de adolescente... negadora de la realidad.
En cambio, tengo una caja de madera con una chapita atornillada en la tapa. En la chapita están grabados tu nombre y una fecha. Tres años ya. Miro la caja fijamente un rato (¿a quién se le habrán ocurrido estas cosas?), la vuelvo a esconder de las miradas de las visitas y me siento enfrente de la computadora. Tardo aproximadamente tres minutos en elegir que disco voy a escuchar, me pongo los auriculares con rock nacional escapándose por los bordes de mis oídos y supongo que en ese momento me puse a escribir... total, ya sé que puedo verte cada vez que estudio mi cara frente al espejo.
Mi nombre ya es pañuelo.
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