Calva era la tía. Calvo, el hombro de ella donde la baba se enamoraba del ketchup y acababan fundiéndose en su meñique. Calvísima, la fortuna de la rueda en donde ellos tenían aire en el sexo. Y empelucados bailaban los enanos en una carpa levantada con las ilusiones que dejaban los niños cuando descubrían la calvicie de los monos, de sus manos, de sus vidas.
Mi nombre ya es pelucón.
Mi nombre ya es pelucón.
1 comentario:
Jaja, me encanta porque este blog tiene una oferta más que adecuada para estas vacaciones de invierno. En vez de llevar a los chicos al teatro o al cine, habría que atarlos en una silla frente a la computadora y leerles tu blog.
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