Bueno, he vuelto. Arrasada por la olas de adrenalina que me encanta surfear. Por fin, terminamos de escribir nuestro plan de marketing grupal y lo presentamos ante la cátedra casi en pleno y varios de nuestros compañeros de clase. Hacía rato que no sentía esa sensación de manos heladas y sudorosas y corazón que bombea a todo lo que da, que se frena de golpe cuando me paro derechita y casi sonriente y empiezo a hablar. Rendir exámenes puede ser una tortura hasta que uno empieza a descubrir la belleza de ese momento: después de esto, la libertad es más palpable que antes.
Sin embargo, debo admitir que, después de dedicarle tantas neuronas, horas de vigilia, litros de café y otros etcéteras que incluyen sueños con flujos de fondos y computadoras que se traban, algo de todo esto se me metió en lo profundo de mi disco rígido. Algo bastante.
Creo que a partir de ahora, ante cada dilema que se me presente en la vida, lo primero que me plantearé será: “¿cuál es mi negocio?”. Y, entonces, las chicas que quieran llamarles la atención a los mismos tipos que yo serán mis competidoras directas; las que anden por ahí, pero sean lindas y agradables, serán mis competidoras potenciales; que tengan mejor culo que el mío será una ventaja competitiva de ellas en cuanto a los atributos esperados por los tipos, o no; para eso tendría que hacer una encuesta, graficar unos conjuntos con todos los atributos percibidos por los tipos de mí y de mi principal competidora y cuáles coinciden con los atributos que ellos esperan y… y… y… mejor me voy a dormir con el deseo (que espero mi cerebro satisfaga) de soñar con algo que no tenga que ver con nada de esto. Aunque más no sea soñar con vampiros salidos debajo de una mesa de pool, que hace las veces de ataúd, y claman por mi sangre, en una corrida maratónica por los recovecos de un viejo castillo medieval enclavado en medio de Buenos Aires.
Mi nombre ya está sin visión ni misión.
Sin embargo, debo admitir que, después de dedicarle tantas neuronas, horas de vigilia, litros de café y otros etcéteras que incluyen sueños con flujos de fondos y computadoras que se traban, algo de todo esto se me metió en lo profundo de mi disco rígido. Algo bastante.
Creo que a partir de ahora, ante cada dilema que se me presente en la vida, lo primero que me plantearé será: “¿cuál es mi negocio?”. Y, entonces, las chicas que quieran llamarles la atención a los mismos tipos que yo serán mis competidoras directas; las que anden por ahí, pero sean lindas y agradables, serán mis competidoras potenciales; que tengan mejor culo que el mío será una ventaja competitiva de ellas en cuanto a los atributos esperados por los tipos, o no; para eso tendría que hacer una encuesta, graficar unos conjuntos con todos los atributos percibidos por los tipos de mí y de mi principal competidora y cuáles coinciden con los atributos que ellos esperan y… y… y… mejor me voy a dormir con el deseo (que espero mi cerebro satisfaga) de soñar con algo que no tenga que ver con nada de esto. Aunque más no sea soñar con vampiros salidos debajo de una mesa de pool, que hace las veces de ataúd, y claman por mi sangre, en una corrida maratónica por los recovecos de un viejo castillo medieval enclavado en medio de Buenos Aires.
Mi nombre ya está sin visión ni misión.
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