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miércoles, 19 de marzo de 2008

Aquí la ciencia no tiene nada que ver

A aquel que quiso hacerse humo

Exhala, como tratando de liberar su cuerpo de algo incrustado en las costillas. Veo que hay humo escurriendo fuera de sus fosas nasales.
Aspira, como tratando de calmar un angustiante dolor. Siente cómo las llamas crecen en el interior de sus pulmones.
Cuando vuelve a exhalar, esta vez le humea también la boca. Y los oídos. La quemazón ya se apoderó de su esófago y se expande por todo su sistema digestivo. El humo ya escapa por sus ojos y hasta los dedos le transpiran con forma de volutas en vez de gotas.
Al cabo de un rato, el olor a pelo chamuscado me hace a creer que la combustión espontánea existe y que es incontrolable.
Pero me será imposible probarlo sólo con cenizas.
Será mejor, entonces, dejarlas que se suban en la brisa que empieza a soplar en la calle y desaparezcan, como por arte de magia.

Mi nombre ya es combustión.

2 comentarios:

Katherine R. Vasquez Tarazona dijo...

Yo me hago combustión cuando:
- Fumo mi último cigarrillo;
- Me quedo sin voz en un grito desesperado;
- El aire es tan denso por las mañanas (en la oficina, sobretodo);
- Se me cae un sueño como una estrella marchita;
- entre otros.
Muy bueno el texto, muy gráfico.

Katherine R. Vasquez Tarazona dijo...
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