Un día como hoy, pero de 1942, Don Adolfo Castañares, prócer adoptivo de San Pedro, se levantó de la cama y dijo: “Hoy escribo”. Entonces, tomó lápiz y papel y escribió unos versos muy feos inspirados en los naranjos de su ciudad. Tenía 39 años y el pobre oficio de niño bien venido en desgracia. Luego de cinco años de insistir en un arte que constantemente se burlaba del tono ciclotímico de sus odas, alternancias pares de cursilerías y declaraciones pendencieras en sus estrofas, Don Adolfo se dio cuenta de que era imposible, para él, dejar la ginebra y escribir poemas (en ese orden). Así, pasó diez largos años sin escribir nada más que cheques sin fondo a sus cobradores, hasta el día en que se enamoró perdidamente de la viuda del dueño del bar del pueblo. Allí mismo, donde Don Adolfo formaba parte integrante del mobiliario, se le ocurrió contarle la historia de su vida por carta (nunca hubiera estado lo suficientemente sobrio como para contársela de corrido sin morderse la lengua al menos 10 veces), decorándola como la situación merecía: nada de mencionar aquel escándalo con la hija del ex intendente o la vez que se jugó su mejor pingo en una mano de poker. Fue un mes de lo más complicado y doloroso, no era nada fácil volver al bar cada día y, sentado en su mesa de siempre con vista a las polleras que salían del colegio, tratar de poner en funcionamiento su cerebro demasiado resacoso. Muchos días no lo logró, pero luego se divertía con sonrisa auténtica leyendo los desvaríos producto nacional, como la caña de durazno.
Qué fue de esa carta, a nadie le importa. Se sospecha que alguien la utilizó para una autobiografía de Don Adolfo, publicada hace varios años, que fracasó rotundamente, debido a que la verdadera historia de vida del prócer, no la ficcionalizada, era muchísimo más interesante y jugosa.
¡Ah! Ustedes se preguntarán qué pasó con la viuda. Cuando finalmente terminó su carta, Don Adolfo se enteró de que la mujer andaba con el carnicero de la vuelta, veinte años más joven. Se sintió devastado con la noticia por unos minutos, hasta que espetó: “Y, ¿¡qué querés!? La carne tira”.
Y, entonces, se consagró como escritor.
Mi nombre ya es una tira de asado.
Qué fue de esa carta, a nadie le importa. Se sospecha que alguien la utilizó para una autobiografía de Don Adolfo, publicada hace varios años, que fracasó rotundamente, debido a que la verdadera historia de vida del prócer, no la ficcionalizada, era muchísimo más interesante y jugosa.
¡Ah! Ustedes se preguntarán qué pasó con la viuda. Cuando finalmente terminó su carta, Don Adolfo se enteró de que la mujer andaba con el carnicero de la vuelta, veinte años más joven. Se sintió devastado con la noticia por unos minutos, hasta que espetó: “Y, ¿¡qué querés!? La carne tira”.
Y, entonces, se consagró como escritor.
Mi nombre ya es una tira de asado.
4 comentarios:
jajajaja Genial!!!
Que historia la de Don Adolfo, profunda y etílica como pocas. Te agradezco el hecho de tirar la primera piedra. Hace unos meses que estoy sentado horas en mi escritorio tratando de descascarar la vida del prócer adoptivo de San Pedro. Pero no sabía por donde arrancar!!
Besote!
Mirá vos! al fin se develo el misterio de tan ilustre literato! Y, como no podia ser de otra manera, inmortalizado junto a un Palo Borracho.
Me pregunto..El difunto barman esposo de la viuda... sería Joaquin?
Chan!
que te puedo decir jime... es sencillamente brillante... no se si se puede decir mas... pero que grande el adolfo!!!
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