Los viernes son, a la semana laboral, lo que el plato permitido es a una dieta: el momento del descontrol que uno ansía disfrutar salvajemente después de pasarse días a apio, zanahoria, agüita, abdominales y que la panza siga tan gigante como el primer día.
Ese día uno puede llegar un poco más tarde al trabajo sin que los compañeros lo señalen como “el malnacido que llega cuando se le antoja y yo hace quince minutos que ya estoy trabajando”. Así, uno va casual a la office (por no decir que se pone la misma ropa con la que salió de levante la noche anterior), rompe con el ritual del mate cocido con galletitas por desayuno y se cae con un capuchino gigante con alfajores comprados en la esquina (que son el motivo de la llegada tarde y de que ese día uno ni se dé cuenta de que los compañeros lo señalen y lo insulten como “el reventado que llega media hora tarde y encima me enrostra que se va a tomar media hora más para tomarse su desayuno de mierda”). Uno invade, entonces, todo el piso de olor a canela y chocolate, con el oscuro deseo de ser la envidia de todos. Por supuesto, no le convida a nadie. Y hasta se da el lujo de no tomar por completo semejante taza de capuchino y tira en el tacho, en forma evidente, medio alfajor. Y lo hace, no por estar satisfecho, sino porque, los viernes, uno se permite lo que otros días no. Y los demás lo dejan.
Mi nombre ya es maldito.
Ese día uno puede llegar un poco más tarde al trabajo sin que los compañeros lo señalen como “el malnacido que llega cuando se le antoja y yo hace quince minutos que ya estoy trabajando”. Así, uno va casual a la office (por no decir que se pone la misma ropa con la que salió de levante la noche anterior), rompe con el ritual del mate cocido con galletitas por desayuno y se cae con un capuchino gigante con alfajores comprados en la esquina (que son el motivo de la llegada tarde y de que ese día uno ni se dé cuenta de que los compañeros lo señalen y lo insulten como “el reventado que llega media hora tarde y encima me enrostra que se va a tomar media hora más para tomarse su desayuno de mierda”). Uno invade, entonces, todo el piso de olor a canela y chocolate, con el oscuro deseo de ser la envidia de todos. Por supuesto, no le convida a nadie. Y hasta se da el lujo de no tomar por completo semejante taza de capuchino y tira en el tacho, en forma evidente, medio alfajor. Y lo hace, no por estar satisfecho, sino porque, los viernes, uno se permite lo que otros días no. Y los demás lo dejan.
Mi nombre ya es maldito.
4 comentarios:
Hasta en el peor de los infiernos el hombre se inventa un pequeño oasis para poder subsistir, aunque ese oasis sea completamente ajeno al infierno en cuestión (y tal vez por eso sea efectivo). Así, las «delicias» de la vida laboral son llegar tarde al trabajo y, una vez allí, no trabajar por comer. ¡Qué se va a hacer!
Me gustó mucho Jime, me hiciste revivir ese infierno que ya creía olvidado. Saludos.
Eso es algo que no me pasará, al menos creo eso, porque trabajo para una edición de prensa pero desde mi casa, así queee, nadie me mira cuando desayuno salvo alguien de la familia, pero no es sencillo la convivencia donde el espectro es amplio como el que describís.. Saludos.
"el reventado que llega media hora tarde y encima me enrostra que se va a tomar media hora más para tomarse su desayuno de mierda”. Eso lo pienso yo. Así, tal cual.
¿Qué les puedo decir, amigos! El trabajo tiene esas cosas tan particulares...
Como, por ejemplo, este texto, que luego de publicarlo descubrí cuál fue el secreto móvil que me impulsó a escribirlo. Resulta que hacía varios días que sentía olor a canela cerca de los baños y empecé a pensar que alguien se escondía por ahí a tomarse cinco minutos de relax y un buen capuchino. Después un compañero me contó que en el baño de hombres habían puesto un dispositivo de goma en el mingitorio que expedía olor a canela para combatir el terrible olor a pis que suele haber allí. Fue entonces cuando empecé a darme cuenta que mi lugar de trabajo está afectándome la memoria olfativa: ¿a quién se le ocurre que baño y canela son una buena combinación?
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