Cuando la besó no fue un beso más. Fue la prueba de su ignorancia, de que ella había estado realmente equivocada. En ese momento lo supo. Y en ese preciso instante aprehendió con sus labios la vida misma que se mostraba delante suyo en la forma del hombre más impensado en otros tiempos, pero no por eso menos deseado. Ese beso despertó una inimaginable reserva de sentimientos que se manifestaban por todo su cuerpo y un único, claro y sencillo pensamiento que había barrido con todo lo demás en su mente: ¡Lucas me está besando! ¡Lucas me está besando!
Mi nombre ya es culebrón.
Mi nombre ya es culebrón.
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