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sábado, 25 de noviembre de 2006

Suspiro

Es sábado a la noche y nada me parece más maravilloso que esperar la llegada del suspiro de la lluvia. Claro que el olor a jazmín ayuda; hace días que lo siento por toda la ciudad y finalmente me acompaña en casa. Me transporta a pequeños momentos felices, pinceladas tímidas que retratan lo dulce de las alegrías simples. Casi, casi me recuerda que, a pesar del cansancio y la efervescencia general, esta es una de la épocas del año que más me gustan: la proximidad del verano hace que hasta una roca tan dura, como puedo ser yo, quiera relajarse y fluir con todo aquello que suceda. Si hasta podría subirme a uno de esos futuros gotones derribándose sobre mi balcón y viajar a través de todo el ciclo del agua con tal de darme el lujo de estar enamorada.

Mi nombre ya es gotón.

martes, 21 de noviembre de 2006

Hoy por mí, mañana quién sabe

Me cansé. Esta noche no pienso perder la batalla frente al insomnio. Hoy, las voces con los pedidos y recomendaciones ajenas van a quedar del lado de afuera de la ventana, y de adentro yo voy, finalmente, a reconciliarme con el sueño y a bucear en sus profundidades a ver si descubro eso que en verdad anhelo y que no soy capaz de enunciar por no incomodar a nadie, ni siquiera a mí misma.

Será la costumbre, me digo. Tantos años siendo adiestrada para tenerle paciencia a los demás será lo que hoy no me deja patear el tablero y decir miren, muchachos, lo que yo quiero es esto, esto, sí. Pareciera muy fácil, pero cada vez que quiero decir aaaaa termino balbuceando un eeeeee y me acuerdo de cuando era chica y a cada uno le tocaba un alfajor, pero Jose nunca se lo comía entero y su mitad podía estar varios días en la heladera que, él apenas si podía terminarse una milanesa y yo, después de varias, más una montaña de ensalada y una fruta, me deshidrataba de la baba que me caía desesperada por comer ese resto de alfajor. Y mi mamá que decía que no, que todo se dividía en partes iguales y cada uno tenía el derecho de comer a su propio ritmo, y ahí fue cuando mi paciencia empezó a correr sus primeras carreras y ahora, como quince años después, ya es toda una maratonista profesional.

Pero los profesionales también disfrutan de las vacaciones y mi paciencia se está por tomar un par de días debajo de mi almohada, a ver si el deseo toma un poco las riendas de esta marioneta que soy y, con un poquito de ayuda de la inmensa tozudez que de cuando en cuando se me despierta, logramos hacer lo que se nos cante, aunque los demás opinen lo contrario.

O sea, tanto quilombo para decir que el 30 voy a leer lo que yo quiera, más allá de que el resto del grupo no concuerde conmigo. Es que ellos quieren ser consecuentes conmigo y yo si hay algo que no puedo es ser consecuente conmigo misma, si no hay algún desafío en el caldero, mi mundo no camina. Hoy, yo corro a mi propio ritmo. ¿Los demás? Y, es una buena oportunidad para que entrenen su paciencia.

Mi nombre ya es un salame.

lunes, 20 de noviembre de 2006

Vuelta de Obligado

Después de un fin de semana en las trincheras, es tiempo de salir a dar batalla, incluso contra la tos y la bronquitis amenazante que no tengo ganas de padecer. Y qué mejor forma de sentirme renovada que hacer caso a uno de esos ataques de “hoy me doy bola a mí y no tanto a los demás que me andan ocupando muchas horas del día últimamente”.

Así que, antes de apoyar mis asentaderas frente a la compu de casa, decidí apoyarlas en el sillón del peluquero para dejar de sentirme tan mal todas las mañanas, cuando llego al trabajo con las mechas como recién sometidas a 220 watts, avergonzada frente a esas cabelleras como salidas de una publicidad de pantene de mis compañeras de laburo.

Aunque debo reconocer que, el mayor esfuerzo fue tener que esperar unos cuarenta minutos en la peluquería, con tanta revista careta alrededor y tanto fashion tv mezclado con conversaciones de voces nasales zumbándome los oídos. ¡Creí que la mitad de mis neuronas se estaban poniendo de acuerdo para cometer un suicidio en masa! (La otra mitad estaba demasiado atontada como para poder razonar algo más que éste es probablemente el café más feo que haya probado jamás).

Sin embargo, ni bien la tijera comenzó a separarme de algunos de mis cabellos, tuve la maravillosa sensación de que era como si estuviera desprendiéndome de mis preocupaciones, de mis mambos, de mis rencores. Así, la cuenta me empezó a dar saldo positivo: no más pensamientos inútiles que me distraigan, no más quisiera poder hacer algo con mi cabello y ahora sí cientos de minutos ahorrados a la hora del baño con lavado de cabeza que quizá me permitan, incluso, plancharme las remeras y dejar de parecer una harapienta. Quién sabe ahora empiece a escribir bien, por ahí tanto pelo me atrofiaba la talentófisis (¿no la conocen? es la glándula secretora de talento; sí, sí, es secretora porque nadie sabe bien dónde está).

Ah! Me olvidaba. La verdadera moraleja de todo esto (porque hoy le encuentro moraleja hasta a un corte de pelo) es que pasar por la peluquería tiene el don maravilloso (para bien o para mal, dirán algunos) de hacer que la gente no te pregunte “¿Cómo estás? Me enteré de lo que te pasó”, cuando lo que te pasó puede ser que te atropellaron el perro, tu mamá te dijo que era lesbiana y traía su novia a casa, el viejo verde de tu jefe se te tiró un lance, tus fotos más ridículas fueron publicadas en la net y son lo más visitado del día, tu peor enemiga se puso el mismo vestido que vos en el cumpleaños de ése que vos (y sólo vos) comparás con Brad Pitt, y en vez de eso te diga con gesto cómplice “Vos, te hiciste algo en el pelo, ¿no?”.

Hoy, más que nunca, mi nombre ya es canción.

martes, 14 de noviembre de 2006

Jardinería

Quizá te planté alguna vez, o dos, o muchas, siendo como soy es posible que te haya dejado una tarde bajo el rayo ardiente del sol y hasta el tallo más fuerte de nuestra relación se quemó.

Quizá, no. De tanto cuidado traducido en riegos y abono, creés que soy una maestra jardinera demasiado melosa (lo cual me hace pensar que tanta clorofila te hizo mal, porque en general no tiendo a semejantes excesos; soy, en realidad, como un bonsái enano, menos es más).

Quizá, hace poco compartimos cantero, y mis nuevas hojitas de primavera te sorprenden y tus flores amarillas bebés me alegran. Estamos entusiasmados con la llegada de las lluvias de verano.

Quizá, ni siquiera sabés si soy dicotiledónea o monocotiledónea (no te preocupes, yo tampoco), pero viste mi fotosíntesis en la web, descubriste mi fluir de savia, mi existir, y entonces, encontraste mis raíces, me conocés.

A todos, los invito a que vengan a presenciar la cosecha 2006 del nuestro jardín cruzagramero. Ahí estaré leyendo un par de textos, no sé si con una planta en la cabeza para disimular un poco mi cara de vergüenza, pero ahí estaré.
Quien sabe, por ahí entre todos florecemos.

Mi nombre ya es canción (y por ahí termine siendo enredadera).

martes, 7 de noviembre de 2006

Marche una musa por ahí

Dedicado a Romi, que anda angustiada buscando un lápiz por todos lados, sin darse cuenta de que lo tiene enganchado sobre la oreja derecha.

Hoy leí que una amiga anda preocupada buscando a una musa que se fue a jugar a las escondidas y sigue sin aparecer la muy cabezona, por más que Romina ya contó hasta el millón y revolvió patas arriba todos sus electrodomésticos (a estos seres mágicos les gusta usar de escondite los aparatos producidos en serie para volver a sentirse especiales, parece ser que los kilowatts los embriagan levemente por las cosquillas que les hacen, pero sus risitas no se oyen porque el ruido del aparato en funcionamiento tiene el volumen más alto).

En mi caso particular, yo no tengo musa. Mejor dicho, la conocí cuando era chica. Hablábamos sin que me importara si la gente podía verla o no, jugábamos al Memotest y casi siempre ganaba yo. Pero de vez en cuando, en lugar de inflarme la memoria a mí, se la inflaba a ella y yo perdía rotundamente. De la terrible bronca que tenía no le hablaba por una semana. Sí, si ella era cabezona como todas las musas, yo lo era más. Por suerte, los jueves mi mamá cocinaba milanesas ¿y quién puede seguir enojado con un buen par de milanesas en la panza?

De grande, por esas cosas que tiene la vida en general, y la de uno en particular, no podía permitirme andar viendo seres que los demás no veían, ni mucho menos escuchaban. Que la gente cuchichee ¿viste la chica del primero? es medio esquizofrénica, ésa ¿no? no entra dentro de mi lista de logros en la vida. Así, mi musa y yo dejamos de vernos. Y acá es cuando mi mamá vuelve a entrar en escena. Hace un tiempo descubrí que cuando ando con alguna historia medio trabada le explico a ella que es lo que quiero transmitir. Ella me sugiere algunas cosas que desecho desde el primer momento, porque nunca tienen que ver con lo que yo le decía. Sin embargo, ese proceso siempre resulta de lo más fructífero porque hace que termine de descubrir qué y, especialmente, cómo quería contar yo.

Y toda esta perorata para decir que, la musa nunca se va. Lo que pasa es que, a veces no logramos despegarnos de este mundo tan real en el que vivimos y se nos contagia el mismo miedo de nuestros vecinos. Entonces, no logramos darnos cuenta que nuestra musa sigue, la muy divertida, jugando a las escondidas en algún zapato, en el lavarropas, en los mails, en los graffittis de las calles, en algún pariente.

La verdad es que para no hacer que la cuenta se prolongue mucho tiempo más (tendría que haberle contado esta historia primero a mi mamá), les digo, gente, que se olviden un poco de los problemas mundanos, vuelvan en espíritu a la infancia y se dediquen a jugar a las escondidas en los ojos, las palabras y los estornudos ajenos, que probablemente encuentren aquello que perdieron.

Mi nombre ya es pizarrón.