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martes, 25 de septiembre de 2007

Rompecabezas

Los domingos a la noche, una parte de mí siempre se va con vos. Debe ser por eso que los lunes sólo mi cuerpo viaja en el colectivo: mi otra parte se queda en la cama, ignorando que es lunes y el trabajo manda. A ella lo único que le importa es que llegue el martes, porque ese día se levanta y se anima a ir al trabajo con el cuerpo. Sabe que a las 18.15 -minuto más, minuto menos-, nos encontramos con vos, con la parte de mí que te acompaña siempre y entonces, por algunas horas, yo tengo todas mis partes para perderlas en tus ojos, y que ellas elijan a cuál le toca acompañarte cuando te vayas.

Mi nombre ya es muchos.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Ornella canta como ninguna

La narración de las cuatro de la tarde se había vuelto muy concurrida en la biblioteca popular del barrio de Monserrat. Desde hacía dos meses, el boca en boca entre las madres y maestras de la zona y alrededores no dejaba de susurrar un nombre: Ornella.

Ella, infaliblemente, llegaba diez minutos antes de que los chicos, ansiosos, comenzaran a bañarla en preguntas sobre cómo continuaría la historia de la que nunca perdían el hilo. Cinco minutos antes de que acabaran las corridas y los tironeos, se sentaba con su postura correctísima, sujetaba en forma ligera su largo cabello ondulado, se quitaba los anteojos de sol y los guardaba en su cartera. La que dejaba colgando en la silla junto con el abrigo. Por más de que allí dentro hiciera frío, uno nunca puede contar una buena historia si el saco le entorpece los brazos. A continuación, tomaba un gran libro que dejaba siempre abierto en la mitad, como abrazando sus largas piernas que, siempre inquietas, de otra manera hubieran molestado durante el relato, como si esa acción fuera el aviso de que las aventuras de los días previos iban a recomenzar. Finalmente, sacaba el celular del estuche que lo ataba a su cadera y lo apagaba. Le gustaba dejarse llevar durante una hora completa, como si fuera uno de los rapsodas de la Antigua Grecia que cantaba la epopeya de sus antepasados sin otros instrumentos que sus cuerdas vocales y su memoria (a falta de lira, buenos eran los sonidos de asombro, sobresalto o alegría de los chicos). Cuando su reloj anunciaba: “Son las cuatro de la tarde” y emitía cuatro quejidos, todos en la sala sabían, el reloj incluido, que el único sonido necesario (imperativo, incluso) era la profunda y ensoñadora voz de Ornella. Entonces un mundo distinto comenzaba a tomar vida con su característico “Había una vez”.

Al cabo de esa hora en que hasta las paredes parecían despegarse de sus ladrillos y viajar con los problemas en los que se metían Luis, el niño elefante, y Federica, la niña mona, Ornella se ponía de pie, encendía su teléfono, se abrigaba, tomaba su bolso y salía, siempre acompañada del brazo de una de las dos bibliotecarias que, fuera una o fuera la otra, le decía lo agradecida que estaba de su gesto tan valeroso (perdón, valioso) de acercarse hasta allí a contar esas historias tan ocurrentes. Y siempre, también, le preguntaba, fuera una o fuera la otra, si no quería que le llamaran un taxi para que viajara más segura, que esa radio en la que ella trabaja estaba en una zona un poco fea y que, en invierno, para la hora en la que ella iba a llegar allí, ya sería noche cerrada. A lo que Ornella siempre le contestaba, fuera Marta o fuera Angélica, que ella ya no era una nena y sabía cuidarse perfectamente, que sino cómo podría ser que trabajara de noche y viviera sola. A esa altura de la conversación, por fortuna o porque a veces es mejor no seguir dándole vueltas a un asunto ya resuelto, ya estaban en la parada y el colectivo se asomaba con decisión. Entonces, Ornella sacaba un manojo de tubos de la cartera, desenrollaba la tira que los mantenía unidos y los desplegaba, formando una larga vara blanca con una soguita atada en uno de los extremos. El colectivo frenaba, el chofer saludaba a su pasajera favorita de las cinco y diez y Ornella comenzaba a subir con destreza, sin ayuda. Y siempre desde ahí, desde el primer escalón cerraba la conversación hasta el otro día con un contundente: ―No te preocupes, Marta. ―o Angélica, según el día― Hace rato que no le tengo miedo a la oscuridad.

Mi nombre ya es un relato.

viernes, 21 de septiembre de 2007

¡Extra, extra!



¡ESTALLÓ LA PRIMAVERA!

Docenas de flores cubren mi escritorio, hay hojas esparcidas por entre los papeles que abundan en la oficina y una rama entera se metió en el dispenser de agua. Este es el único fenómeno en donde se produce un estallido, pero no hay víctimas, sino beneficiarios. Hoy, hasta los más grises despuntaron un brotecito de color.

Mi nombre ya es picnic express.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Sabiduría tamaño pitufo bebé alcoholizado

Hay pocas cosas peores que descubrirse en un lugar ambientado con una mala canción cuando uno está consternado por algo muy importante. Un trago cargado con vodka se vuelve necesario, incluso para el más inexperto bebedor. ¿Será el alcohol en sangre o el mundo entero que intenta decirme algo con tanta embarazada y ácido fólico a mi alrededor?

Mi nombre ya está emb...riagado.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Concurso de globos de chicle

Las reglas dicen:
1) Todos los participantes podrán usar uno Y SÓLO UN chicle por competencia.
2) Se contarán DOS intentos por participante y el mejor de ellos se tendrá en cuenta para el pase a la ronda siguiente.
3) Serán, al menos, TRES rondas de competencia, con definición por muerte súbita en caso de quedar más de un participante luego de la tercera.
4) Todos los participantes usarán la MISMA marca de chicle.
5) Los participantes CONVENDRÁN en la marca y el sabor del chicle a utilizar.

Éstas eran la reglas que establecimos. Todos aportamos un peso para comprar el material a utilizar en la competencia y el premio/trofeo/souvenir para el ganador. Decidimos apegarnos a la antigua usanza y dejar que el aplausómetro designara el ganador, así nadie tendría problemas con un juez designado al caso.

Pero:
1) La convocatoria fue todo un fiasco: éramos solamente cinco participantes, igual cantidad que el público y la mitad menos uno de los participantes del concurso de balero de la semana anterior.
2) Los chicles resultaron estar medio duros y hubo que perder mucho tiempo en ablandarlos.
3) El aplausómetro se rompió y el título quedó vacante; el premio yace en el fondo de mi tercer cajón en la oficina, huérfano y aburrido.
4) Y, encima, caímos en la conclusión de que los chicles Bazooka ahora vienen más chicos y el Pibe Bazooka ya no es pibe, sino Joe.

¿Alguien me puede decir en qué fallamos? Mis compañeros de trabajo y yo, en su representación, agradecidos.

Mi nombre ya es un chasco errepariano.

martes, 11 de septiembre de 2007

Tres y media de la tarde

Casi golpeándome con los papeles en la cara, me dijo: “No te duermas”. Me sorprendí, lo admito, pero no estaba durmiendo, me quedé pensando en locutorios. “¿En qué?”, me preguntó, frunciendo la cara en un gesto más de desaprobación que de incredulidad. En esos lugares en donde hay cabinas telefónicas y uno llega y automáticamente le asestan un número: “Pasá por la cinco”, te dicen y vos, que sólo querías sacar una fotocopia, no podés resistir el sumergirte en una de esas cabinitas, te metés, entonces, y marcás un número al azar: suena el ring en el auricular del teléfono una vez; dos; tres; operadora qué pasa que siento olor a perro, esta cabina está mal sellada y los tomates entran por todos lados, ¿estará despierta la persona al otro lado de la línea? Y, así, sobresaltada por un taladro en versión timbre de teléfono, me doy cuenta de que es imposible de que mi jefe acabe de llegar de su almuerzo: lo despidieron la semana pasada porque a la tarde todos los empleados dormían la siesta sin que él se diera cuenta y, según dicen los rumores, ahora trabaja en un locutorio donde te tira con un número: “Pasá por la dos”.

Mi nombre ya está actualizado.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Vos (y yo!)

Todas las flores que me regalás son hermosas -y yo las guardo como botones que abrochan el enorme saco de felicidad que me abriga-, pero las de papel son las que tienen el aroma que más me gusta, mezcla de chocolate y punk rock.
Sos la canción que más amo.

Mi nombre ya está ansioso por mudarse.