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jueves, 28 de diciembre de 2006

Melanco x 400

A veces me tapa el agua, se me alfilerean los pulmones.

A veces soy el túnel oscuro donde la única llama que quema es la de los tambores que suenan en mi estómago.

Entonces cuento como catorce vidas en casi veintiséis años. En algunas fui feliz, en otras amaba los días de lluvia y llorar en la ducha, y en la mayoría seguí al pie de la letra el manual de etiqueta familiar.

Sin embargo, ahora, me pregunto qué hago con semejante mamotreto en la mano. Llegados los momentos clave, esas estrambóticas situaciones a las que nos somete el destino, nunca encontré en sus páginas consejo alguno que pudiera ayudarme a improvisar un nudo marinero siquiera.

Entonces, ya está, lo tiro. Por fin, en ésta, mi próxima vida, los formalismos salen por la ventana, y las voces que retumban en mi cabeza también, y las pulgas de mi gata, y ese pibe que no me da bola, y las pretensiones ajenas, las máximas truchas de mi jefe, los enojos de los que no nos quieren, los chismes de mis vecinas, la vergüenza de decir que me gustás, la vergüenza toda.

Pero, el día que me quedé, a los tres años, en la puerta de la casa de mi tía, llorando bajo los mares oscuros que caían del cielo, ése no lo tiro. Lo guardo, para no olvidarme, en ninguna de mis vidas, que no hay edad para estar triste, profundamente enojado...ni tampoco para ser feliz. (Aunque la felicidad consista, simplemente, en ver la curiosa belleza de una torre de yenga al caer).

Mi nombre ya es bolero.

martes, 26 de diciembre de 2006

Melanco x 200

Dedicado al satánico doctor Chispa, presidente de la asociación civil sin fines de lucro “Fans club oficial del Licenciado Sebastián G. Barrasa”, el señor Diego Monrroy.

Dicen que, muchas veces, la felicidad llega en forma de chispazos. Como si fuera esa persona que tanto anhelamos se enamore de nosotros y, de a ratos, bailamos juntos, pero un tema rápido nomás, no sea cosa de que arrimemos en el lento, sujetemos tiernamente sus manos y no quiera bailar con nadie más. Como si la melancolía fuera un oscuro túnel donde nos asusta andar a tientas, porque no sabemos si la mano que encontraremos será una que nos acaricie o una que nos golpee, o las dos cosas, intermitentemente. (Yo digo -y acá la oscura soy yo- preferible es todo esto a que la mano esté muerta. Aunque, por qué no pensar en encontrarnos con una pata de pollo. De la alegría que esto le produciría a nuestro olfato famélico, grandes lenguas de fuego brotarían de nuestra boca que, más rápidas que microondas de última generación, tendrían lista una cena que acabaría iluminando nuestro estómago y, ya que estamos, dándonos una leve cuota de esperanza). (Como dice mi gata, siempre es más fácil imaginarse la felicidad con el estómago lleno).

Pero, el túnel ese del que hablan no es la melancolía. No, esa es la tristeza; mina profunda y madre de muchos hijos, si las hay. La melancolía es otra cosa, es estar afuera del túnel, recordando aquellas cosas que descubrimos allí y aún no le hemos contado a nadie, o si lo hicimos no fue de manera suficiente, porque vuelven para exigirnos que tratemos de descifrarlas con una pista más, alcauciles a los que vamos desnudando en un in crescendo de dudas hasta que su corazón revela, en la mínima parte que le corresponde, el sentido de la vida y libera el nuestro motor de bombeo de un enigma más.
Continuará...

Mi nombre ya es saudade.

jueves, 21 de diciembre de 2006

Me quema, me quema

Otra vez tengo calambres en el estómago, lo cual es un signo ineludible de que mi organismo sabe que va a pasar algo que mi mente no puede ni siquiera adivinar. En mi caso, eso es bueno. Cuando mi cabeza tiene demasiada conciencia de aquello que sucede, la energía que todo mi ser mantiene prolijamente contenida en mi espina dorsal estalla en una verborragia que suele pasarse de ocurrente...o de sincera.

En cambio, cuando mi cerebro no termina de saber si es mejor tomar mate o café en el desayuno, se paraliza y, entonces, es el cuerpo el que se adelanta y reacciona. La base rítmica empieza en el sistema nervioso central y avanza por todos sus conductores, mezclándose con la armonía sanguínea y la melodía que aporta el sudor que brota por los poros. La música está ahí, como un aura que amortigua la brusquedad de movimientos y canaliza la euforia en un baile sin sentido y, sin embargo, más significativo que ningún otro.

Pero, ¿y si, en realidad, el café me cayó mal? Si tan sólo tengo acidez y no va a pasar nada especial. ¡A quién le importa! Lo biológicamente hipocondríaco poco tiene que ver con la poesía. Lo interesante es el delirante vagabundeo mental-estomacal.

Y, precisamente, lo que yo siento es el claroscuro vibrando a mi alrededor; en mi cabeza hay una banda de rock. Sea lo que sea aquello que surja, no puede ser tan terrible. Tengo las zapatillas atadas con doble nudo dispuestas a saltar todo el recital que toque el destino.

Mi nombre ya es uvasal.

martes, 12 de diciembre de 2006

Realidad

Hace un rato pensaba si yo no estaré volviéndome una alcohólica de noche solitarias, de fines de semana en casa. Pero lo que acabé dilucidando es que, tantos vasos de vino que desfilan por mi garganta sólo lo hacen porque es diciembre. Brindo porque este año, este diciembre, saldé algunas de las tantas deudas que tenía conmigo misma. Luego saboreo con toda mi boca los sueños a los que me puedo atrever porque sencillamente (o no tanto) pareciera que creo en verdad que todo es posible, esta vez son palabras que nutren por dentro y no escupo para afuera. Cuando el líquido se desliza por mi esófago, empiezo a desear que lo haga en la forma más lenta posible, como para prolongar la despedida a esa vorágine amarga de momentos que no volverán, porque así debe ser. Y, entonces, al llegar al estómago, el vino me revela todo eso que me rodea que es tan real, que me hace así como soy: los hermanos reales que comparten y se bancan todas, los hermanos que no, la madre que siempre ha sido un adulto responsable por demás, las manos realmente temblorosas de los enfermos, las manos heladas de los que tenemos que despedir, lo real de no entender nada, y saberlo. A esta altura, me prendo un pucho y el humo, entonces, me susurra tantas otras cosas que también me acompañan ahora y mejor me guardo, porque mi gata, una de esas luces que me guiaron hasta acá en donde todo canción y guiños de ojos, quiere dormir una siesta y yo quiero velar su descanso, a ver si logro espiar alguno de sus sueños. Me contaron que una de las fuentes de una felicidad sencilla está en contagiarse de los sueños de un gato feliz a la vera de una brisa de verano. Muchas veces la contemplé sin entender nada, y saberlo. Hoy quiero comprobarlo.

Mi nombre ya es real.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Vasos vacíos

Tengo ganas de escribir algo inspirado, sin embargo, con las ganas solas no alcanza. Pensé que un vasito de vino me ayudaría a recordar el número del celular de mi musa (¿o fueron dos vasitos? ¿o tal vez más? Cuando uno se pone a tomar...¡quién cuenta!), pero la cosa es que el vino no se lleva bien con la tecnología, ni la cerveza, ni el fernet, ni el vodka, ni esa naranja podrida que hace dos meses está en mi heladera y en vez del efecto eufórico que esperaba, me volteó de tal forma que hasta me parece que el programa de tinelli está pasando ópera y lafaucci hace una lograda interpretación de lady godiva.

Mmmmm, me parece que mejor era dejarle un mensaje en el beeper a la muy esquiva musa que tengo por guía. Debe estar haciéndose unos manguitos por ahí, aunque espero que no ande por palermo, porque después vuelve con unas ideas tan gastadas y snobs, que la única forma de sacárselas es embocarle un zapatazo en la cabeza (será que la muy zonza se olvida que calzo cuarenza).

De todas formas, por hoy ya está. La naranja me está resultando dulce, y cuando me acuerdo de lo alucinante que estuvo el recital de anoche de Cienfuegos, sólo puedo pensar en que ahora cuando me acueste, no voy a necesitar ninguna musa para tener sueños inspirados.

Mi nombre ya es colchón.

martes, 5 de diciembre de 2006

Mate cocido

Lo bueno, si breve... en mi caso sería imposible, dadas las cansadas condiciones en las que me encuentro... y eso que recién es martes y esto sigue ¡¡¡a todo ritmo y color!!!

Y hablando de colores, o mejor dicho de la ausencia del color, tanta historia para comprar un vestido negro, que, oh casualidad o ay mirá como seré de cabeza dura, creo haber soñado despierta hace unos días y haberlo descrito en una suerte de golpe de inspiración de los últimos días o último golpe de inspiración en día de suerte, que algún día quizá sea plasmado en este bati-canal (aunque difícilmente a la misma bati-hora (es que se me empacó el reloj)).

Más allá de considerarme afortunada por haber sobrevivido a las huestes de fans de ricky martin (¡justo hoy tenía que salir del trabajo y encarar por avenida santa fe! ¡qué marmota desprevenida seré yo!), hoy me considero afortunada por descubrir que aún tengo la generosidad intacta.

Cuando encaré para el kiosco, un nene de no más de 7 años me pidió si no le compraba un té, sí, una caja de té para tomar en su casa, y quién soy yo para negarle un té a nadie. Le hice un gesto de que estaba todo bien y, pudiendo elegir cualquier cosa a esa altura, simplemente agarró una caja de veinticinco saquitos de mate cocido y la puso sobre el mostrador. La verdad, si ya me había enternecido, con eso me desarmó completamente. Como yo iba a comprar un jugo, le pregunté si no quería uno él también y ahí, entre el baggio que tenía yo en la mano y el cepita que tenía un dibujo de Cars, eligió el cepita. Bueno, no dejaba de ser un chico. Le dije al tipo de la caja que cobrara todo junto y él le pregunto al nene si le había agradecido a la señora (que vengo a ser yo), aunque, la verdad, a esa altura no me interesaba que me agradeciera (y de paso así no me hacía cargo de lo de señora, ¡qué horror!), porque yo no sentía que estaba haciendo un favor, estaba cumpliendo con una obligación, porque quién soy yo para negarle un té a nadie.

Además, si lo veo desde el costo (como muchos de los que se quejan de adónde van a parar sus impuestos y no hacen nada), bien barato me salió poder dormir hoy con la conciencia tranquila. Y si encima agrego que, mi vestido podrá ser negro a la vista de todos -la vida me podrá parecer negra en ocasiones-, pero de ahora en más, para mí, siempre será color mate cocido, no puedo menos que decir que todo esto fue una ganga, un regalo.

Mi nombre ya es multicolor.

lunes, 4 de diciembre de 2006

Alla culebroni

Cuando la besó no fue un beso más. Fue la prueba de su ignorancia, de que ella había estado realmente equivocada. En ese momento lo supo. Y en ese preciso instante aprehendió con sus labios la vida misma que se mostraba delante suyo en la forma del hombre más impensado en otros tiempos, pero no por eso menos deseado. Ese beso despertó una inimaginable reserva de sentimientos que se manifestaban por todo su cuerpo y un único, claro y sencillo pensamiento que había barrido con todo lo demás en su mente: ¡Lucas me está besando! ¡Lucas me está besando!

Mi nombre ya es culebrón.

Explicaciones

Sí, ya sé, hace rato no aparezco. Algunos reclamos se me hicieron presentes en el ámbito laboral y, otros, me imagino que no me llegaron porque también ando medio desconectada (paciencia, ya vendrán tiempos más internéticos). A decir verdad, estuve borrada por:
  1. quedé agotada después de las corridas pre y post degustación literaria,
  2. me olvidé la inspiración en el fondo de un chopp de birra,
  3. tuve ciertos flashes del pasado encarnados en curiosos encuentros, llamados y viajes en bondi que me tienen confusa,
  4. todas las anteriores.

Así que, se me ocurrió que ya que no se me inspira nada nuevo, bien puedo colgar algo que surgió un par de meses atrás quién sabe a raíz de qué secreto anhelo.
Quizá mañana encuentre la inspiración en un tostado de jamón y queso o en un boleto de colectivo. Veremos, veremos, después lo sabremos.

Mi nombre ya es besucón.

sábado, 25 de noviembre de 2006

Suspiro

Es sábado a la noche y nada me parece más maravilloso que esperar la llegada del suspiro de la lluvia. Claro que el olor a jazmín ayuda; hace días que lo siento por toda la ciudad y finalmente me acompaña en casa. Me transporta a pequeños momentos felices, pinceladas tímidas que retratan lo dulce de las alegrías simples. Casi, casi me recuerda que, a pesar del cansancio y la efervescencia general, esta es una de la épocas del año que más me gustan: la proximidad del verano hace que hasta una roca tan dura, como puedo ser yo, quiera relajarse y fluir con todo aquello que suceda. Si hasta podría subirme a uno de esos futuros gotones derribándose sobre mi balcón y viajar a través de todo el ciclo del agua con tal de darme el lujo de estar enamorada.

Mi nombre ya es gotón.

martes, 21 de noviembre de 2006

Hoy por mí, mañana quién sabe

Me cansé. Esta noche no pienso perder la batalla frente al insomnio. Hoy, las voces con los pedidos y recomendaciones ajenas van a quedar del lado de afuera de la ventana, y de adentro yo voy, finalmente, a reconciliarme con el sueño y a bucear en sus profundidades a ver si descubro eso que en verdad anhelo y que no soy capaz de enunciar por no incomodar a nadie, ni siquiera a mí misma.

Será la costumbre, me digo. Tantos años siendo adiestrada para tenerle paciencia a los demás será lo que hoy no me deja patear el tablero y decir miren, muchachos, lo que yo quiero es esto, esto, sí. Pareciera muy fácil, pero cada vez que quiero decir aaaaa termino balbuceando un eeeeee y me acuerdo de cuando era chica y a cada uno le tocaba un alfajor, pero Jose nunca se lo comía entero y su mitad podía estar varios días en la heladera que, él apenas si podía terminarse una milanesa y yo, después de varias, más una montaña de ensalada y una fruta, me deshidrataba de la baba que me caía desesperada por comer ese resto de alfajor. Y mi mamá que decía que no, que todo se dividía en partes iguales y cada uno tenía el derecho de comer a su propio ritmo, y ahí fue cuando mi paciencia empezó a correr sus primeras carreras y ahora, como quince años después, ya es toda una maratonista profesional.

Pero los profesionales también disfrutan de las vacaciones y mi paciencia se está por tomar un par de días debajo de mi almohada, a ver si el deseo toma un poco las riendas de esta marioneta que soy y, con un poquito de ayuda de la inmensa tozudez que de cuando en cuando se me despierta, logramos hacer lo que se nos cante, aunque los demás opinen lo contrario.

O sea, tanto quilombo para decir que el 30 voy a leer lo que yo quiera, más allá de que el resto del grupo no concuerde conmigo. Es que ellos quieren ser consecuentes conmigo y yo si hay algo que no puedo es ser consecuente conmigo misma, si no hay algún desafío en el caldero, mi mundo no camina. Hoy, yo corro a mi propio ritmo. ¿Los demás? Y, es una buena oportunidad para que entrenen su paciencia.

Mi nombre ya es un salame.

lunes, 20 de noviembre de 2006

Vuelta de Obligado

Después de un fin de semana en las trincheras, es tiempo de salir a dar batalla, incluso contra la tos y la bronquitis amenazante que no tengo ganas de padecer. Y qué mejor forma de sentirme renovada que hacer caso a uno de esos ataques de “hoy me doy bola a mí y no tanto a los demás que me andan ocupando muchas horas del día últimamente”.

Así que, antes de apoyar mis asentaderas frente a la compu de casa, decidí apoyarlas en el sillón del peluquero para dejar de sentirme tan mal todas las mañanas, cuando llego al trabajo con las mechas como recién sometidas a 220 watts, avergonzada frente a esas cabelleras como salidas de una publicidad de pantene de mis compañeras de laburo.

Aunque debo reconocer que, el mayor esfuerzo fue tener que esperar unos cuarenta minutos en la peluquería, con tanta revista careta alrededor y tanto fashion tv mezclado con conversaciones de voces nasales zumbándome los oídos. ¡Creí que la mitad de mis neuronas se estaban poniendo de acuerdo para cometer un suicidio en masa! (La otra mitad estaba demasiado atontada como para poder razonar algo más que éste es probablemente el café más feo que haya probado jamás).

Sin embargo, ni bien la tijera comenzó a separarme de algunos de mis cabellos, tuve la maravillosa sensación de que era como si estuviera desprendiéndome de mis preocupaciones, de mis mambos, de mis rencores. Así, la cuenta me empezó a dar saldo positivo: no más pensamientos inútiles que me distraigan, no más quisiera poder hacer algo con mi cabello y ahora sí cientos de minutos ahorrados a la hora del baño con lavado de cabeza que quizá me permitan, incluso, plancharme las remeras y dejar de parecer una harapienta. Quién sabe ahora empiece a escribir bien, por ahí tanto pelo me atrofiaba la talentófisis (¿no la conocen? es la glándula secretora de talento; sí, sí, es secretora porque nadie sabe bien dónde está).

Ah! Me olvidaba. La verdadera moraleja de todo esto (porque hoy le encuentro moraleja hasta a un corte de pelo) es que pasar por la peluquería tiene el don maravilloso (para bien o para mal, dirán algunos) de hacer que la gente no te pregunte “¿Cómo estás? Me enteré de lo que te pasó”, cuando lo que te pasó puede ser que te atropellaron el perro, tu mamá te dijo que era lesbiana y traía su novia a casa, el viejo verde de tu jefe se te tiró un lance, tus fotos más ridículas fueron publicadas en la net y son lo más visitado del día, tu peor enemiga se puso el mismo vestido que vos en el cumpleaños de ése que vos (y sólo vos) comparás con Brad Pitt, y en vez de eso te diga con gesto cómplice “Vos, te hiciste algo en el pelo, ¿no?”.

Hoy, más que nunca, mi nombre ya es canción.

martes, 14 de noviembre de 2006

Jardinería

Quizá te planté alguna vez, o dos, o muchas, siendo como soy es posible que te haya dejado una tarde bajo el rayo ardiente del sol y hasta el tallo más fuerte de nuestra relación se quemó.

Quizá, no. De tanto cuidado traducido en riegos y abono, creés que soy una maestra jardinera demasiado melosa (lo cual me hace pensar que tanta clorofila te hizo mal, porque en general no tiendo a semejantes excesos; soy, en realidad, como un bonsái enano, menos es más).

Quizá, hace poco compartimos cantero, y mis nuevas hojitas de primavera te sorprenden y tus flores amarillas bebés me alegran. Estamos entusiasmados con la llegada de las lluvias de verano.

Quizá, ni siquiera sabés si soy dicotiledónea o monocotiledónea (no te preocupes, yo tampoco), pero viste mi fotosíntesis en la web, descubriste mi fluir de savia, mi existir, y entonces, encontraste mis raíces, me conocés.

A todos, los invito a que vengan a presenciar la cosecha 2006 del nuestro jardín cruzagramero. Ahí estaré leyendo un par de textos, no sé si con una planta en la cabeza para disimular un poco mi cara de vergüenza, pero ahí estaré.
Quien sabe, por ahí entre todos florecemos.

Mi nombre ya es canción (y por ahí termine siendo enredadera).

martes, 7 de noviembre de 2006

Marche una musa por ahí

Dedicado a Romi, que anda angustiada buscando un lápiz por todos lados, sin darse cuenta de que lo tiene enganchado sobre la oreja derecha.

Hoy leí que una amiga anda preocupada buscando a una musa que se fue a jugar a las escondidas y sigue sin aparecer la muy cabezona, por más que Romina ya contó hasta el millón y revolvió patas arriba todos sus electrodomésticos (a estos seres mágicos les gusta usar de escondite los aparatos producidos en serie para volver a sentirse especiales, parece ser que los kilowatts los embriagan levemente por las cosquillas que les hacen, pero sus risitas no se oyen porque el ruido del aparato en funcionamiento tiene el volumen más alto).

En mi caso particular, yo no tengo musa. Mejor dicho, la conocí cuando era chica. Hablábamos sin que me importara si la gente podía verla o no, jugábamos al Memotest y casi siempre ganaba yo. Pero de vez en cuando, en lugar de inflarme la memoria a mí, se la inflaba a ella y yo perdía rotundamente. De la terrible bronca que tenía no le hablaba por una semana. Sí, si ella era cabezona como todas las musas, yo lo era más. Por suerte, los jueves mi mamá cocinaba milanesas ¿y quién puede seguir enojado con un buen par de milanesas en la panza?

De grande, por esas cosas que tiene la vida en general, y la de uno en particular, no podía permitirme andar viendo seres que los demás no veían, ni mucho menos escuchaban. Que la gente cuchichee ¿viste la chica del primero? es medio esquizofrénica, ésa ¿no? no entra dentro de mi lista de logros en la vida. Así, mi musa y yo dejamos de vernos. Y acá es cuando mi mamá vuelve a entrar en escena. Hace un tiempo descubrí que cuando ando con alguna historia medio trabada le explico a ella que es lo que quiero transmitir. Ella me sugiere algunas cosas que desecho desde el primer momento, porque nunca tienen que ver con lo que yo le decía. Sin embargo, ese proceso siempre resulta de lo más fructífero porque hace que termine de descubrir qué y, especialmente, cómo quería contar yo.

Y toda esta perorata para decir que, la musa nunca se va. Lo que pasa es que, a veces no logramos despegarnos de este mundo tan real en el que vivimos y se nos contagia el mismo miedo de nuestros vecinos. Entonces, no logramos darnos cuenta que nuestra musa sigue, la muy divertida, jugando a las escondidas en algún zapato, en el lavarropas, en los mails, en los graffittis de las calles, en algún pariente.

La verdad es que para no hacer que la cuenta se prolongue mucho tiempo más (tendría que haberle contado esta historia primero a mi mamá), les digo, gente, que se olviden un poco de los problemas mundanos, vuelvan en espíritu a la infancia y se dediquen a jugar a las escondidas en los ojos, las palabras y los estornudos ajenos, que probablemente encuentren aquello que perdieron.

Mi nombre ya es pizarrón.

lunes, 30 de octubre de 2006

Sugus de potus

Si yo fuera una flor, hoy lunes, se me habrían caído todos los pétalos de la cabeza, y me pasaría el resto de la semana tratando de encontrar un rayito de sol que me ayude a sobrellevar el frío de mi calvicie neuronal. O mejor, si fuera una planta, sería un potus; no me habría quedado deshojada (porque los potus resisten casi todo, hasta los zarpazos de aburrimiento de mi gata), pero estaría extrañando un paseo por el balcón cuando llueve.

Pero del reino vegetal, lo único que tengo es el color verde post invernal en el cutis y la crema de lavanda que a veces uso en las manos. Sin embargo, parece ser que, tanto las flores de mi balcón como yo, estamos con ganas de atravesar los obstáculos, asomarnos a la calle y ponerle un poco de perfume color caramelos sugus al mundo.

Mi nombre ya es azul ananá.

martes, 24 de octubre de 2006

Yo quiero verte llover

Yo quiero ver esas gotas de baba divina revivir el olor a tierra con posibilidades, hacer bailar las piedritas en la calle y bautizar la ramitas de los balcones. Yo quiero ser agua y fluir en mi ciudad, con ojotas que navegan y remontan los rápidos en las alcantarillas y sonrisas que resbalan en mis olas.

Yo quiero igualarme con todos bajo un chaparrón primaveral: qué importa si sos un camarón, un durazno o Mr. T. Quiero robarme un beso bajo un paraguas, escuchar el si-si-la-la-sol en los balcones, fumarme un sueño que no da humo, pero sí señales, y sentir, por un rato aunque sea, a Gene Kelly en mis zapatos felices de rozarse sus mejillas chapoteantes, chapatísimas.

Yo quiero verte llover, y ser agua hasta mis huesos.

Mi nombre ya es chaparrón.